Una catequesis apocalíptica

Las puertas que se colocaron entonces, llenas de símbolos apocalípticos, refuerzan la tesis

En la primera visita pastoral que Claudio Sanz y Torres, después de tomar posesión en 1761 como obispo de la diócesis, realizó al pueblo de Albox, los párrocos de la villa le llevaron al Saliente y le manifestaron la necesidad de ampliar la ermita de la Virgen, pues había quedado muy pequeña en relación al número de devotos, cada vez mayor, que hasta allí subían para hacer sus plegarias a la imagen. El obispo pudo contemplar la desnuda y violenta austeridad del paisaje y la belleza singular de la Virgen, percibiendo al instante su iconografía, que transcribe literalmente el capítulo doce del Apocalipsis sobre la mujer y el dragón, la lucha entre el bien y el mal. El obispo no solo aceptó las demandas de los curas, sino que decidió construir allí a sus expensas, además de una nueva iglesia de peregrinación, un enorme conjunto edilicio religioso, el mayor de la provincia, para materializar uno de sus proyectos más meditados: la creación de una escuela religiosa o seminario para curas misioneros. La pregunta clave que cabe hacerse es porqué Sanz y Torres escogió este lugar perdido en medio de una escarpada sierra, de muy difícil acceso, para levantar semejante mole, y no otro más cercano a su residencia en la capital. Casi desde sus orígenes, las misiones cristianas encaminadas a la evangelización usaron siempre el argumento del fin de los tiempos, del Juicio Final, y la necesidad de convertirse a la fe para salvarse llegado ese momento. Esta teología escatológica era fundamental en la formación de un cura misionero y toda la iconografía y relato del Juicio Final se nutren de las imágenes y narraciones del Apocalipsis. La visión ascética y lacerada del paisaje, junto a la iconografía de la imagen –la Purísima más apocalíptica de España- debió de ser determinante en su elección del Saliente como el lugar idóneo para materializar esta ambiciosa empresa formativa, al más alto nivel teológico e intelectual, que garantizaría una vida ermitaña de los curas allí residentes. Y para supervisarla construyó también dentro del conjunto dependencias palaciegas que le permitieran a él habitar largas temporadas allí. El obispo murió cuando finalizaba la construcción, antes de que se materializara el programa decorativo, pero las puertas que se colocaron entonces, plagadas de símbolos jeroglíficos y apocalípticos, refuerzan la tesis. El Saliente, con sus cinco mil metros cuadrados construidos, lleva doscientos cincuenta años sin usarse para lo que su creador había pensado.

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