Libre Mente

Fernando Collado

Hacer ‘clic?

20 de mayo 2025 - 03:07

“hay una grieta en todo, así es como entra la luz”, escribió Leonard Cohen en una conocida canción suya, Anthem. Esta línea encierra una verdad sencilla, de esas que están al alcance de todos pero que, por eso mismo, cuesta trabajo asimilar en muchas ocasiones. Justamente donde algo se rompe —una expectativa, una relación, un mito o una idea sobre nosotros mismos— puede abrirse un espacio por el que entra la claridad de forma más limpia. El verso nos presenta la grieta no solo como herida, sino también como posibilidad.

Y a eso es, precisamente, a lo que llamamos “hacer clic”. Ese instante, discreto y nimio pero a la vez determinante, en el que algo dentro de nuestra cabeza se acomoda. El clic no se revela como una epifanía —esa irrumpe con fuerza reveladora—. A mí el clic me gusta más porque es sencillo y calmo. Una modesta voz que te susurra: “ya está, todo está bien”.

Cuando eso sucede, nos damos cuenta de que ya no ansiamos aquello que nos mantenía en vilo, que ese dolor tan intenso se ha mitigado hasta hacerse llevadero, como esas viejas fracturas que anuncian lluvia antes de que se nuble. Son, sencillamente, pequeños aleteos de mariposa que reordenan el alma y la forma que tenemos de estar en el mundo.

Lo complicado de estos clics es que no sabemos exactamente cuándo aparecerán. Llegan cuando estamos listos, pero el camino que debemos recorrer previamente para invocarlos es un misterio individual.

No se pueden provocar a voluntad, ni se obtienen por acumulación de consejos o lecturas inspiradoras. La meditación y la terapia te dan la brújula, pero a las coordenadas exactas tienes que llegar por ti mismo. Y es curioso, porque paradójicamente, es cuando dejas de buscar la salida cuando más fácilmente aprecias la grieta que lo cambia todo. Algo cede por dentro, una cuerda se destensa y un nudo se afloja. Y eso es tanto...

El clic no te convierte en alguien nuevo, sino en alguien que se reconoce distinto. No has cambiado de rostro, ni de vida, ni de escenario. Pero algo en tu interior ya no responde igual. Has dejado de aferrarte a lo que dolía, ya no repites mentalmente esa conversación, ya no esperas que las cosas vuelvan a ser como antes. No porque te hayas rendido, sino porque entendiste —por fin— que eso ya no define tu camino.

Y todo gracias a una grieta. A ese lugar que parecía rotura y resultó umbral. A ese instante en que todo sigue igual, todo menos tú.

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