Entre contenedores

Una buena educación escolar ayuda a superar las duras pruebas de la vida, sin los suspensos del fracaso

Un atribulado profesor, cuando cumplía con la rutina de acudir a los contenedores para depositar los residuos domésticos, se encontró a un antiguo alumno, abatido por la indigencia y el abandono, al que reconoció y por el que fue reconocido, no sin una disimulada y recíproca vergüenza porque resultara de ese modo y en tal estado. Con seguridad, sobre todo si la docencia fue ejercida meritoriamente, profesor y alumno conversarían sobre las adversidades que la escuela de la vida pone por delante con las duras lecciones del infortunio o la desgracia. Ha manifestado públicamente el profesor que suele olvidarse la relevancia de la educación para evitar o corregir distintas desventajas o desigualdades de origen, así como vulnerabilidades o desenvolvimientos inconvenientes, ya que asisten para ello las luces del entendimiento y las facultades del saber.

Ciertamente, la educación escolar no es la única instancia de compensación, por más que se invoque la metáfora del «ascensor social» cuando se trata de garantizar oportunidades y recursos para que cada cual alcance el máximo desarrollo posible de sus particulares y distintas capacidades, que esta es la equidad y no el improcedente igualitarismo. Sin embargo, aun no teniendo exclusiva responsabilidad, concierne a la escuela garantizar la compensación en lo que le es propio. Dígase más claro: ni la escuela ni los docentes pueden sustituir la decisiva influencia de la familia, ni modificar la situación socioeconómica o cultural de los progenitores, ni cambiar la residencia o los entornos en que viven los alumnos. Pero sí procurar y ofrecer respuestas educativas que atiendan las diversas situaciones del alumnado y eviten un fracaso no debido o determinado por las condiciones «extraescolares» de este, sino a la inadecuación de las respuestas educativas con que escolarmente cuenta. Incumbe ello al ejercicio profesional de los docentes, claro está, pero asimismo a la provisión de condiciones y recursos para que puedan facilitarse respuestas ajustadas a las distintas necesidades educativas de los alumnos.

El profesor que se encontró con su alumno desvalido reconoce que no deja de aplicarse a la reflexión sobre la decisiva influencia de la enseñanza en el devenir del alumnado y se las ve con las punzadas del fracaso cuando deja entre los contenedores a un antiguo alumno suspendido por las duras pruebas de la vida.

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