La cuestión de Gibraltar

El pago al amo ante el sometimiento y la derrota que sigue perviviendo a pesar del tiempo

Si es cierto que esa idea caballeresca que algunas personas siguen teniendo acerca de la soberanía o no de Gibraltar -solo les falta el caballo blanco, los guantes blancos adornando sus tersas y sedosas manos y sombrero de copa negro a juego- , para una sociedad como la española que se enorgullece de estar a la altura del siglo veintiuno, debería ser casi ya pasto del pasado.

Existe al sur de la vieja Europa una economía que importa diez veces más de lo que exporta y obtiene un superávit y una renta per cápita por encima del resto de los países cercanos. Una situación que es posible porque presuntamente se vulnera el marco fiscal. La baja Fiscalidad, el bajo gravamen impositivo, entre otras estrategias económicas -llamadlo paraíso fiscal-, son herramientas que ayudan a crecer a una economía donde es más barato realizar grandes transacciones comerciales a precio de saldo, mientras que los trabajadores -andaluces, en su mayoría- son contratados y pagados en negro, no cotizando, no devengando en el sistema de pensiones y que, sin embargo, ofrece a la frontera la sanidad universal, servicios, seguridad y estado de confort al resto de los ciudadanos. A lo lejos acallan los sones de aquel viejo Gibraltar español. Pero no por ser un sentimiento trasnochado y anacrónico, sino simplemente por no tener ya ese contenido romántico y sentimental que clamaba por los vítores y por las antiguas gestas pasadas cuando el cacique de turno blandía las manos y los bolsillos para excitar a la población en su defensa. Corren otros tiempos, como acometer acciones que mejoren las condiciones de vida de la ciudadanía que vive en el Campo de Gibraltar, que siguen siendo los temporeros, los siervos y los esclavos del viejo imperio británico. El pago al amo ante el sometimiento y la derrota que sigue perviviendo a pesar del tiempo. No contentos con dominar un trozo de piedra escorada en el mar, sino de también dominar las vidas y almas de todos aquellos que sobreviven a su alrededor. Y que son los abandonados. Todos aquellos a los que a lo largo de la larga historia de España han dejado atrás, con los pantalones bajados y con los bolsillos vacíos, prolongando un estilo que sigue vigente como pago a la patria por aquellos que siempre se han jactado de los valores patrios y que a la primera de cambio traicionan.

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