Paisaje urbano
Eduardo Osborne
La senda de Extremadura
Quizás influenciados por las condiciones de la vida actual y quizás sin hacerlo a conciencia, hoy está extendida la práctica del maniqueísmo, no como religión sino como modo de calificar las ideas, los pensamientos, las actitudes, o sencillamente al prójimo aunque nos sean prácticamente desconocidos.
Quizás sea que la sociedad está influenciada por los mensajes de los teléfonos, donde todo suele ser inmediato, corto, conciso, breve, lo cual impide la matización de lo escrito, y el escritor se ciñe al si o al no, al bueno o al malo, al con mí o contra mí.
Quizás sea que se han perdido costumbres, entre las cuales había algunas que eran un arte, como es el caso de la carta, el de la conversación pausada y argumentada, el razonamiento debidamente argumentado, en resumen, la comunicación.
Pero si echamos la vista atrás, más antigua que la dicotomía de si ser seguidor del Real Madrid o del Atlético Madrid, del “Poli” o del “Blanes”, estaban las de los seguidores de Joselito y Belmonte, o la de Manolete y Luis Miguel Dominguín, pero todas ellas provocaban conversaciones largas aunque vehementes, o vehementes pero largas.
Además, en los tiempos más recientes estábamos los fieles de Curro Romero o sus detractores; los de Joselito o quienes decían que tenía “un toreo vertical”.
Dado que me confieso currista y, por lo tanto, defiendo el dicho de que “ser currista es una forma de ver la vida”, veo lógico ser admirador total del maestro Morante de la Puebla. Además, soy consciente de que alguien me puede decir que cuando el maestro Morante “sopla” y va hacia la barrera moviendo la cabeza, es que ya se ha terminado la faena, haya ejecutado el número de pases que sea. La cantidad nunca ha sido, ni es, su medida de la faena. Tampoco lo ha sido, ni lo es, para sus seguidores.
Pero como siempre ha sabido cuándo cortar la faena, sólo le pido a Dios que lo ilumine, como lo ha iluminado hasta ahora, para que el toro no le haya enganchado la muleta ni una sola vez. Se la ha tocado, pero no enganchado. Así que, con los pies clavados en la arena y la mano a la altura que el toro pide, le deseo llegue hasta el final sin que el toro le toque la bamba de la muleta, que arte y conocimiento tiene de sobra para este toro.
Para mi joven amigo Pepe T. P.
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