Los daños irreparables

Europa ya no es el lugar idílico en el que encontraron acomodo literatos, artistas y pensadores

Aprovecho que se cumple el centenario del nacimiento del poeta Rafael Montesinos para hacer un juego de palabras con su obra más celebrada Los años irreparables, cuya lectura les recomiendo. La leí cuando era estudiante y quedé prendado de ella. Por aquellos años descubrí a Cernuda, a Rafael Laffón, a Murube, a Chaves Nogales entre otros, al tiempo que compraba diariamente el periódico para leer a mis articulistas preferidos. Nada que ver con el mundo actual. Son recuerdos que forman parte del pasado, como siempre ha sido y será, un tiempo desaparecido, no solo para mí, sino para toda una generación que crecía al amparo de lecturas y una visión del mundo ida para siempre, como les pasó en su día y lamentaron autores como Stefan Zweig o Sándor Márai.

Lejos de mí, pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor. Eso de caer en la tentación de creer que la época que uno ha vivido es la buena y la que le precede es una degeneración con pérdida de valores, es una constante desde tiempos de Imhotep, que hace muchos siglos que inició su viaje en barca, como preconizaban los sacerdotes egipcios, camino al mundo celeste. Lo que sí es cierto es que los tiempos cambian y que las generaciones crecen, se reproducen y mueren en circunstancias diferentes. La revolución industrial, la llegada del automóvil y la informática han cambiado el mundo en décadas, lo que antes hubiera supuesto siglos.

Europa ya no es el lugar idílico en el que encontraron acomodo literatos, artistas y pensadores. Un espacio que enseñó al mundo a vivir dignamente y a respetar ante todo la condición humana, sino una momia que permanece atada a las vendas que la inmovilizan. El llamado viejo continente se está convirtiendo en un viejo incontinente que chochea y precisa de pañales y cuidadores para sostenerse en pie. Vive y malvive de un pasado esplendoroso como esa vieja actriz decrépita que conserva el glamour, aunque no la belleza de sus años jóvenes.

Y España, ensimismada como siempre, asomándose a un precipicio que tiene más cerca que otros y por el que parece estar a punto de despeñarse sin tomar las mínimas precauciones. El paro, los desequilibrios sociales, el derrumbe más que seguro de la economía, la falta de una conciencia nacional y, sobre todo, la fractura social y el fanático enfrentamiento ideológico están causando unos daños irreparables que da miedo pensar en el futuro.

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