David contra Goliat

11 de marzo 2025 - 03:08

La historia de David contra el gigante Goliat ha sido contada tantas veces que, al final, parece haberse reducido a una fábula sobre la victoria del débil sobre el fuerte, en un relato barnizado de milagro y destino. Pero si analizamos la escena con atención, descubrimos que David no ganó por un golpe de suerte ni por intervención divina: ganó porque usó la estrategia correcta. Goliat era un soldado imponente, armado con una lanza descomunal y una pesada armadura. Estaba acostumbrado al combate cuerpo a cuerpo en campo abierto. David, por el contrario, era un pastor sencillo y sin experiencia bélica. Un enfrentamiento directo hubiera supuesto un suicidio. Y en ese análisis, breve pero exacto, es donde radica la fortaleza de David. No se lanzó contra un oponente que lo liquidaría en segundos, sino que apostó por su velocidad y precisión en la honda, una herramienta que dominaba a la perfección.

El resultado, por tanto, no fue un milagro ni cuestión de suerte, sino la consecuencia lógica de una buena estrategia. Pero esta historia está lejos de ser un viejo cuento. Muy al contrario, sigue repitiéndose en multitud de escenarios modernos. Una vez más, y no me cansaré de repetirlo, la clave no está en el tamaño ni en la potencia, sino en la capacidad de adaptación. Rosa Parks, una mujer negra en la América de los años 50, no tenía poder político ni dinero, pero entendió que el cambio podía empezar con un simple acto de resistencia. Se negó a ceder su asiento en un autobús, desafiando un sistema injusto que parecía inamovible. No necesitó gritos ni violencia: solo mantenerse firme. Su gesto desencadenó un movimiento que terminó transformando los derechos civiles en su país.

Más cerca en el tiempo, Wangari Maathai, en Kenia, desafió la corrupción y la deforestación plantando árboles. Podría parecer un acto insignificante frente a la maquinaria de intereses económicos y políticos, pero su movimiento creció hasta convertirse en un fenómeno social que restauró ecosistemas y fortaleció la voz de las mujeres en África. Ganó el Premio Nobel de la Paz, demostrando que la persistencia puede vencer al poder.

David no venció porque fuera más fuerte ni porque tuviera más fe. Venció porque entendió el trasfondo de la situación, no se amilanó y utilizó bien sus habilidades. Conviene recordarlo en un mundo donde los Goliats se dan codazos por machacar al David que tengan más a mano.

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