República de las Letras
Agustín Belmonte
Prólogos
La corona de la reina
De no ser por esa majestuosa capilla católica que cubría más de la mitad de todo el radio de la extensión geográfica, podría haber imaginado que andaba perdida por cualquier rincón griego. Las cuñas de los zapatos no resultaban las más adecuadas para caminar por esas calles empedradas y estrechas, con olor a mar y esencia de cuento. Las guirnaldas de luces blancas combinadas con banderines amarillos y rojos te devolvían a tierras más familiares. El camarero tuvo que preguntar dos veces a mi petición de un Pago de Carraovejas con casera. La expresión de su cara era tan evidente que sin hablar del reserva, vino a decir que el sacrilegio que estaba a punto de cometer tenía más condena que mezclar las churras con las meninas. La botella cayó y comenzaba la partida. Hay veces que el peón se come a la Reina, pero no había tablero de ajedrez, resultaba más atrevido jugárselo al doble o nada. Tenía la convicción de saber lo que quería y asumía el riesgo de perderlo todo. Como un pacto entre caballeros, le concedía en la apuesta inicial la oportunidad de recuperar lo máximo a riesgo cero. Lo llevaba sellado en la muñeca, intentaba disimularlo con el reloj, pero en una piel limpia salta rápido a la vista un bote de tinta negra grabada a fuerza de aguja y punzón. Yo nunca pierdo. O gano, o aprendo. Cuando lo vi de lejos antes de cruzar a lo Beatles el paso de cebra, supe que tenía que apostar la diestra completa. Nadie espera en La Marina con una americana repuesta sobre los hombros. Era él. Aspecto de telenovela turca con elegancia italiana, un malo con principios. Lo supe desde la primera frase y esa noche solo sirvió para corroborar que un Ribera de talcategoría solo puede profanarlo una canalla con clase. Orientamos las velas ante el vendaval que se levantó y continuamos el recreo. La mano de cartas era de un Royal flush, siendo una reina no podía darse otra escalera, pero a esas horas ya no controlaban los naipes. Ritmo vertiginoso, velocidad acelerada. Deseaban lo mismo, perseguían lo mismo, ambicionaban al otro. En el puerto, alejados del vicio, les sobraron tres de los tres minutos con los que contaban para darse cuenta de que eso era un repóker. Así, con el as en la manga, sonreía pensando que si seriamente quería formar parte del envite, seriamente haría lo imposible para vencer los miedos y arriesgar todo al doble.
Con R de Reina
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