Medio siglo
Equipo Alfredo
Público y privado: el cuarto oxímoron
Los pavos reales han sido contemplados con admiración desde muy remotos tiempos, pues el despliegue en abanico de su plumaje vivamente policromado, en los machos, es un reclamo atractivo. Sobre todo, además de para los mortales -arrobados por la iridiscente hermosura de los ocelos, a modo de ojos, azules, dorados y rojos, de las largas plumas-, en el caso de las hembras en época de celo. Razón por la que esas mismas plumas caen después de las faenas del apareamiento, para crecer de nuevo, de cortejo en cortejo. Los niños, absortos en la contemplación del pavo, acaso desconozcan, aunque estén iniciándola, la propia “edad del pavo”, el tiempo de la adolescencia que suele referirse así por el carácter algo ingenuo atribuido a ese ani-mal o por su aspecto y comportamientos. De ahí “tener cara de pavo” o “hacer pavadas”, pues los pavos jóvenes son torpes e inseguros, además de inquietos. Se dice asimismo que el color rojizo del moco de pavo lleva a la “edad del pavo” por el rubor de la cara de los adolescentes, debido a las características turbaciones de esa edad, aunque esta explicación resulte algo más forzada. Mejor reservar el susodicho moco de pavo, con otras posibles explicaciones, para referir que algo, por su importancia o valor, no es, precisamente, un moco de pavo. En fin, que los muchachos miran al pavo antes de hacer pavadas.
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