OPINIÓN | Luces y razones
Antonio Montero Alcaide
Las cosas del querer
Tiene el verano, con carácter general, quietudes y remansos propios del tiempo sereno, algo detenido si se compara su curso -casi todo es relativo- con el más azacaneado discurrir de los días de faena y ocupación. Por eso suelen perturbar los contratiempos y el infortunio sobrevenidos en ese tiempo que, aún con su buscada placidez, no es ajeno a las desgracias. Asociado está el verano a las vacaciones, para quienes puedan disfrutarlas, y de ahí esas agridulces pesadumbres del ánimo cuando hay que hacer las maletas para la vuelta e incluso pasar el ligero duelo del “síndrome posvacacional”. O cuando, por razones inesperadas y casi siempre infaustas, hay que interrumpirlas y tal desenlace se tiene como una alteración mayor. Pero mañana lunes, reanudado el curso de los días sujetos a la casi siempre infravalorada normalidad, esas sensaciones comenzarán a menguar y si acaso el recuerdo mantendrá por algún tiempo los efímeros gozos vacacionales. Razón por la que, como epílogo veraniego, no estaría de más el ejercicio -a salvo de la fugacidad que acaba por afectar a los buenos propósitos- de reservar, entre las rutinas que ordenan o desordenan los días, tiempo u ocasión para la quietud, el sosiego y la calma, de manera que no sean excepcionales, sino casi una benéfica rutina para hacer más dichoso, o menos pesaroso, el ajetreo de los días.
También te puede interesar
OPINIÓN | Luces y razones
Antonio Montero Alcaide
Las cosas del querer
En tránsito
Eduardo Jordá
¿Tú también, Bruto?
Un relato woke de la extrema izquierda
La ciudad y los días
Carlos Colón
Lo único importante es usted
Lo último