La esquina
José Aguilar
Por qué Sánchez demora su caída
Sí has leído bien, amigo lector, una España de Sanchos, una España que refleja a la perfección el eco de aquel personaje descrito magistralmente en la inmortal obra del más grande de los novelistas de todos los tiempos, del manco de Lepanto, D. Miguel de Cervantes Saavedra. Nadie como Cervantes supo describir el espíritu dominante del alma española dividida y enfrentada entre dos formas de orientar su existencia: la que impone el ideal, la entrega y la generosidad, y la que se consume en el materialismo, el egoísmo y la envidia. Era lógica aquella visión dual devenida de anteriores momentos históricos marcados por dos acontecimientos trascendentes y relativamente cercanos en el tiempo: El esfuerzo ideal de la unificación de España y la sobrevenida riqueza alcanzada con el descubrimiento de América Así es como veía Cervantes la sociedad de su tiempo. Así es como hasta no hace tanto tiempo podía contemplarse en España una sociedad en pactada convivencia y reconocimiento con esa forma de ser y vivir: unos, Quijotes, otros Sanchos, en armonía, aunque con frecuentes reproches como ocurría en la obra que les da vida. Hoy Cervantes, estoy por decir que escribiría una obra en la que desaparecería el Ingenioso Hidalgo y quedaría como único héroe el avispado Sancho Panza. Con esta nueva versión estaría describiendo con acierto casi pleno el comportamiento y los valores de la sociedad actual. En la España de hoy no es difícil contar el número de Quijotes, en tanto que abundan los Sanchos por doquier. Ser Quijote actualmente es sinónimo de estúpido; actuar como Sancho equivale a obtener pedigrí de pragmático, inteligente y simpático. A los Sanchos, es decir, a los oportunistas que sólo miran por su interés, como demostró el personaje en multitud de aventuras, y muy especialmente en la celebración de las famosas bodas de Camacho, no les duelen prendas en decirse y desdecirse a continuación, en avenirse a dar por cierto lo falso y falso lo certero con tal de obtener su último objetivo, que al fin y a la postre es el gobierno de una “insula”. Este es el único objetivo, el poder y el dinero alcanzado sin parar en todas las contradicciones habidas y por haber. Especialmente el dinero como confesaría groseramente el mismo Sancho a la Duquesa que le había confirmado ese gobierno. Lo realmente llamativo en nuestra España es que los Sanchos abundan en todas las capas de la sociedad. No son sólo los más humildes los que, con una cierta comprensión, aspiran a buscar un ascenso social poniendo su dignidad al servicio absoluto de una oportunidad, es que multitud de individuos, en situaciones económicas y profesionales holgadas, vemos dispuestos a vender su dignidad, a la que en tan poco deben valorar, con tal de alcanzar algo más de relevancia política o social en el engañoso mundo en el que se desenvuelven. Ocurre en todas las instituciones y empresas, pero muy especialmente en el mundo de la política actual donde el servicio al “amo”, en cualquier escala que se encuentre, linda con la prostitución personal. Sancho alcanzó a gobernar su “insula”, pero recobró su dignidad cuando volvió a la aldea de la que había salido inocente.
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