
Vía Augusta
Alberto Grimaldi
A Montero no le salen las cuentas
No fuimos un grupo de amigos al Martín Carpena malagueño a oír cantar a Sabina. No era esa nuestra intención. Sabíamos que va a ser difícil que nos puedas ofrecer en el futuro una nueva gira. Íbamos a despedirnos de él, y de la mejor manera que sabemos, y que hemos aprendido: cantar tus letras. Unir nuestras voces en la noche malagueña a la suya, esa que siempre nos ha sonado como la voz rota que mejor ha contado las derrotas de la sociedad, de los seres humanos, empezando por la propia suya, y todo ello, rezumando el sabor del tequila que en su paseo por Madrid le ofrecía su hermana Chavela.
Se llenó el Carpena, y lo hizo vibrar una vida que Sabina se ha ido dejando en el escenario, en las barras de los bares, y en los viejos tugurios donde a todos nos ha gustado escuchar y llorar sus fracasos, con un gintonic en las manos, sin que le falte la raja del limón, y unas lágrimas a punto de saltar de nuestras cuencas. No hizo falta escucharte Sabina, queríamos ofrecerte el homenaje de nuestro cariño, de una amor que se ha ido formando con trozos de letras que iban contando parte de la forma en la que te enfrentabas a tu existencia, y que se iba convirtiendo en el ejemplo de lo que muchos queríamos para la nuestra.
Y gritamos hasta hacer que enmudeciera la noche, y dejamos claro que, ante una noche de luna llena, que todas las lunas a tu lado son lunas de miel. Nos llevaste por el bulevar de tus hermosas letras, y dejabas la sensación agridulce de que no volveremos a oírte cantar en directo, que se ha roto tu voz un poco más, que te la has ido dejando en los golletes de tantas botellas como han pasado por tu vida, en tantas frías noches, con una bufanda alrededor de tu cuello, intentando cuidar unas cuerdas vocales que sabían a farras, a tangos, a rancheras, a coplas de tu tierra.
Y nos dijiste hola, y adiós. El hola nos gustó, nos quitabas años de encima, nos rebajabas a aquella década de los ochenta-noventa. Y nos creímos por unas horas, solo dos, que la juventud había vuelto a nosotros. No nos gustó el adiós, qué quiere que te digamos. La realidad de lo que realmente éramos en esa noche se abrió entre nosotros. Solo cinco amigos, Gema, Isolina, Paco, Nicasio y el menda, que por unas horas cantamos, vibramos y conseguiste que esa fuera una gran noche de boda contigo y tus letras. Seguiremos esperando que den las diez, y las once, las doce, y la una, las dos y las tres.
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