La corona de la reina

Silvia Segura Abogada

El fandanguillo

26 de julio 2025 - 03:11

La suela de la bota campera se pegaba al albero como una goma de mascar. La hebilla desde donde colgaba la mítica marca homónima al pueblo onubense no podía palparse con las yemas de los dedos sin que al rozarla produjese quemadura. Oliendo a agosto no se congrega en la aldea una masa de fieles que a modo de cadena humana pasan a los críos en volandas hasta llegar a la reja. Puedes orar frente a frente y deleitarte del embrujo con Doñana por testigo. Un milagro necesitaba yo para esa corrida. Desconocía la plaza y al “picador” le habían dado el día de asuntos propios. A ese toro solo cabía lidiarlo con arte y oficio. Analizando si recibirlo sentada en toriles o a porta gayola, destensaba la impaciencia del retraso del avión. El taxista se excedió en su comentario y sin despegar mis ojos del cristal, por no partirlo con la mirada, ni desgastar un mínimo de energía que necesitaba para horas después, lo frené hasta que su nuevo envite fuera decime si “en efectivo o con tarjeta”. Una cara tan fea no se olvida. Después de recrearse en alabanzas a la oratoria de mi impetuosa defensa, le dije que lo conocía. Un nombre de mujer con sus dos apellidos. Repuse el índice ladeado sobre el central de mis labios emulando a la enfermera que durante años nos ha acompañado a modo de cartel en la sala de espera de cualquier ambulatorio. Después se convirtieron en centro de salud, pero cuando la señora con la cofia pasaba las horas en silencio allí colgada, eran ambulatorios. El gorro de la profesional de la salud supone ocho valores: espíritu de sacrificio, vivir sin malicia, ser capaz de sufrir, misericordia, combatir el pegado, sinceridad, humildad y justicia. Resulta complicado en una rueda octogonal no meter ni un quesito. Ni uno tenía éste. Con sus puñetas inmaculadas me tenté a enumerarle las bondades del cubre cabello de las profesionales de la salud, pero alguien sin escrúpulos no sería capaz de entenderlas. En la tesitura, opté por dejar a mi índice en reposo, aperturar los labios para dejar a la luz mis dientes blancos y abrir y fijar mis ojos hasta que como un gatito bajó la coronilla. Éste no llevaba el gorro de profesional sanitario que representa la sencillez, el servicio, la abnegación y la paciencia del personal de enfermería. Tal personaje defenestrado de la venerada toga de un humilde letrado para cualquier profesional que se precie solo podía callarlo con una condena en costas. No me dio tiempo a saborear un poquito de jamón o chupar la cabeza de las gambas para compararlas con las de Garrucha, pero el regusto a victoria me supo mejor que el tapeo. Con R de Reina.

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