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Hace unos años, el camarada Óscar Fábrega publicó un libro de filosofía escrito por adolescentes. Para engancharles, repartió en varias clases unos papelitos que decían «todos los alumnos y alumnas de esta clase son vagos y torpes», a los que no debían dar la vuelta. Sin conocerlo de nada, la chavalería puso cara de extrañeza. Entonces, Óscar preguntó abiertamente: «¿estáis de acuerdo?». Medio en broma, medio en serio, sonó un fuerte «¡nooo!». El siguiente paso fue: «venga, ahora dadles la vuelta». El mensaje ahora decía: «todos los alumnos y alumnas de esta clase son maravillosos». En este caso la respuesta fue: «¡esto sí!», e intervino Óscar: «pues bien, os tengo que informar de que ambas cosas son falsas, ni todos sois vagos y torpes, ni todos sois maravillosos, esto son generalizaciones que nunca son ciertas, que las hacemos a menudo con grupos de personas, pero siempre son erróneas». El título definitivo del libro fue: «Todos los lectores de este libro son idiotas». La contraportada decía «todos los lectores de este libro son maravillosos».
Las rubias son tontas. Los gitanos son vagos. Los homosexuales son promiscuos. Los inmigrantes son unos aprovechados, nos quitan las ayudas, vienen a delinquir, son un peligro, no saben convivir. Por tanto, habría que expulsar a unas 600.000 rubias, porque sabemos que son tontas; a unos dos millones de gitanos, porque son vagos; a un millón y medio de homosexuales, porque son promiscuos; respecto a los inmigrantes, calculamos que hay que expulsar entre 6 y 7 millones porque son ilegales, delinquen y no se adaptan a nuestra forma de vivir.
Quienes hacen de la etiqueta y la exclusión su bandera, quienes se atreven a llevar una falsa generalización hasta su máxima expresión, quienes consideran que su grupo humano es mejor y seguramente superior al otro, quienes piensan que «el otro» sobra, que hay que aplicar la mano dura y que la única forma de pensar y de vivir válida es la suya, tienen un nombre: fascistas. La moda hoy es afirmar que «hay que respetar todas las opiniones». Sin embargo, como dijo Karl Popper, ser tolerante con los intolerantes nos llevaría a la destrucción de la propia democracia, ya que la máxima aspiración de los fascistas es no tolerar otras opciones. Así que en este caso sí, lo digo de forma clara y contundente: todos los fascistas son peligrosos. Lo mejor sería expulsarles, a todos, sin excepción.
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