Monticello

Víctor J. Vázquez

vvazquez@us.es

Una fraternidad divertida

La normalidad democrática no existe al margen de ciertos presupuestos socioeconómicos

Adiferencia del cineasta español común, Albert Serra no presume, y cuánto se agradece, de sitiar de amor al mundo o de hacer arte sensible a causas sociales. Con cierta ingenuidad romántica, se define como un creador total, sin otra ideología que su estética. Ahora bien, el director bañolino no sólo es hombre inteligente y leído, sino que me consta su rarísimo gusto por el estudio de la Teoría del Estado clásica. Esa perversión puede que explique la respuesta que daba hace poco a la pregunta de si le interesaba la política. "Nada", contestó, aunque sí se confesó inquieto por el incremento simultáneo de los recursos de la minoría rica y del número de personas pobres. Bajo esa circunstancia, teme Serra, "habrá menos posibilidades de fraternidad colectiva" y "menos posibilidad de diversión".

Ahora que se inicia el curso, a los alumnos de primero les explicaremos que es función de la Constitución integrar las diferencias. A través de ésta, la complejidad política, religiosa o étnica de una sociedad puede encontrar una síntesis ordenada. La Constitución, en definitiva, no destruye el pluralismo, pero lo integra en una comunidad política unida. Durante años hemos prestado especial atención al desafío que supone integrar exitosamente una diversidad de identidades inédita hasta hace no mucho en Europa. En esa tarea, tal vez hemos olvidado que el constitucionalismo de postguerra, el contrato social básico con el que se pudo prosperar en paz en Europa occidental, si algo quiere neutralizar, erradicándola en la medida de lo posible, es la desigualdad radical. Es decir, las democracias liberales asumieron que la Constitución tenía que integrar a los pobres, y cerrar así, con el Estado Social constitucional, el dramático capítulo de revoluciones y utopías políticas. Recordar esto es importante. Antes de quejarse, con cierta nostalgia del sufragio censitario, de que hay gente que vota mal, es necesario considerar que no hay régimen liberal democrático que soporte una pauperización general, simultánea a un enriquecimiento selectivo. La normalidad democrática no existe al margen de ciertos presupuestos socioeconómicos. Así, una mínima redistribución de riqueza y un reparto equitativo de los esfuerzos sociales en épocas de crisis, no es sinónimo de revolución, sino de lo contrario. Es una forma de velar por la conservación del orden liberal y poner coto al populismo y la miseria moral que este conlleva. Y también, dicho a la manera de un conservador de izquierdas, como Albert, una forma divertida de fraternidad.

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