Cambio de sentido
Carmen Camacho
Zona de alcanfort
Dos semanas han transcurrido ya desde el final de a Feria de la capital. Dos semanas en las que hemos visto pocos análisis serios y con enjundia de cómo ha transcurrido y, lo que es más importante, cómo debe afrontarse el futuro de una fiesta histórica, venida a menos cada año y con un final previsible, si nadie lo remedia.
No se trata, no es mi intención, de poner el dedo en la llaga de los errores cometidos este año -todos los conocen- si no de aventurarse en un proceso de autocrítica más serio, que sea capaz de llevarnos a lograr una propuesta consensuada, en la que todas las partes aporten ideas y que luego, si la economía lo permite, llevarlas a cabo con la seriedad y el rigor que una fiesta tan arraigada requiere.
Parece evidente que la edición que acaba de terminar no ha sido la más participativa y bulliciosa de las que se recuerdan, cuando en cualquier pueblo las fiestas han estado a reventar. Se que las arcas municipales para la Feria no han sido las más repletas. El presupuesto ha sido escaso y la lógica dice que sin dinero poco o casi nada se puede hacer. Para lograr la participación de la ciudadanía en un evento, lo primero que hay que hacer es ofrecer un producto de calidad, envolviendo el regalo con el mejor papel, los mejores lazos y la mejor de las proyecciones en un escaparate de lujo. Y eso este año no ha sido así.
Vivimos tiempos en los que todo lo que una Feria antaño nos ofrecía lo disfrutamos ahora cada día. No hay margen para la sorpresa. Así que no queda otra que reinventarse o resignarse a ver como cada edición languidece ante la mirada atónita de los que la programan y las críticas de quienes participan en ella.
Hay que definir, sin miedo, si queremos una Feria del Mediodía en el centro y la de la noche en un magnífico recinto ferial, pero alejado de todo y con enormes problemas e incomodidades para acudir a el: malos aparcamientos, autobuses llenos y taxis escasos. Las ferias en Andalucía se viven durante la noche para paliar, en cierta medida el calor. Entendiendo esa premisa como clave, me atrevo a apuntar si no sería una opción a tener en cuenta jugarse todo a la potenciación de la noche, con casetas más pequeñas y con facilidades para instalarlas, sin que se disparen los costes y las pérdidas y, lo que es más importante, convertir el recinto en un foco atractivo para que la hostelería y los particulares lo vean como una oportunidad económica y de diversión.
En las actividades hay que caminar en nuevas propuestas, mantener las que sean válidas y participativas y no tener miedo a inventar. Sabemos que lo que existe se marchita. Así pues, tenemos poco que perder y mucho que ganar al innovar. Hagámoslo con criterio, con decisión y sin miedo a fracasar, pero hagámoslo. Y lo último: nada es posible sin presupuesto. Si no lo hay nada de lo apuntado tiene sentido.
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