La historia nos observará

El azar, que siempre juega a la ruleta rusa, quiso que un día llegase a ser la reina de Castilla y AragónLa propuesta de Urkullu tiene un malsano aroma a Sabino Arana, a clasificar la península en euskaldunes, la raza superior, y maquetos, los demás

02 de septiembre 2023 - 00:45

Yo, Juana I, legítima reina de Castilla y Aragón, reclamo a la historia la justicia que en vida me fue negada. Nací en el seno de una familia real, en la que mis padres “tanto monta, monta tanto, Isabel como Fernando”, me educaron para ser futura reina consorte, y ensanchar así sus fronteras. Mi matrimonio, concertado por ellos en plena adolescencia, me produjo una grata sorpresa: la suerte quiso que no fuese entregada a un viejo sátiro de aliento fétido, por el contrario, recibí un joven y apuesto marido de sutil belleza, enamorándonos los dos a simple vista desde el instante en que se cruzaron nuestras miradas. El azar, que siempre juega a la ruleta rusa, quiso que un día llegase a ser la reina de Castilla y Aragón. La prematura muerte de mi madre y de mis hermanos mayores fue el detonante que me condenaría al ostracismo, hasta recibir el beso de la muerte en la mejilla, cuarenta y seis años después de asir el cetro. La dicha duró un suspiro: entre mi padre, mi marido y unos cuantos próceres, decidieron que debían gobernar ellos y no una mujer joven e inexperta. Dicen que pronto enloquecí de celos, una mentira indecente que rechazo de plano. Mi esposo, al igual que mi padre, tenía fama de “asaltacamas”, algo que Isabel llevó con estoicidad, y que a mí me martirizaba especialmente, por la humillación a la que era sometida. Yo era la reina, y mis vasallos tenían el deber de respetarme, algo difícil de exigir por una cornuda que no era respetada ni por los suyos. Mis estados de ánimo cambiantes, entre la ira y la melancolía, consecuencia de sus constantes ataques a mi dignidad, fueron la excusa para asesinarme. Si, digo bien: asesinarme. O como le llamarían ustedes a enclaustrarte durante más de cuarenta años entre cuatro paredes, sin más compañía que tu hija menor, y unos crueles cancerberos? Juana la loca, en serio, me llamáis así? Quien en su sano juicio, siendo la soberana de Castilla y Aragón, habría sufrido estoicamente ser emparedada hasta la muerte, con poco más de veinte años? “Muerto el perro, se acabó la rabia”, ese refrán tan castizo tampoco me valió para recobrar la libertad, cuando mis torturadores fueron llamados a dar cuentas al Altísimo, nada cambió. Lo más doloroso vino después, cuando el cobarde Fernando y el aborrecible Hermoso me abandonaron de forma involuntaria en este valle de lágrimas, y el hijo de mis entrañas, carne de mi carne, de quién se me hurtó ejercer como madre, decidió tomar por la fuerza el cetro que legítimamente me correspondía, dejándome encerrada hasta la muerte. Loca yo?, poco sería la locura para tamaña iniquidad. Yo, la reina Juana, legítima soberana de Castilla y Aragón, vilmente apartada del trono por unos hombres traidores, cobardes, ambiciosos, crueles y misóginos, pido una condena ejemplar para ellos: que la historia no los absuelva.

stats