Ignorar la Historia

13 de agosto 2025 - 03:07

Durante muchos años, el Paseo de Almería, fue un icono de la ciudad, si no por su arquitectura, totalmente desangelada y falta de personalidad, ya que había sido abandonada por los dirigentes con un urbanismo interesado e inconsecuente con la necesidad de mantener – en lo posible – la identidad de un pueblo que venía castigado en exceso, como consecuencia del protagonismo lamentable que había tenido en una contienda que llenó de vergüenza a todos los españoles; y en especial, a los almerienses que aún tenían sensatez y respeto a los demás; y pensaban que, el odio o la venganza, nunca han sido, a lo largo de la historia, la solución a los problemas; y Almería los tenía; ¡Y grandes!, pero no supo solventarlos con el diálogo y el respeto, por lo que hubo de enfrentarse a represalias que más del noventa por ciento de los almerienses, no merecían. Pero en unos momentos en los que el desarrollo – a veces incontrolado – era la única solución para levantar un país completamente destruido y abandonado por una Europa que se lamía sus heridas, sanándolas con el dinero de los americanos y no se preocupaba de las heridas de los demás, había que crear riqueza aun a costa de mas de una injusticia de la que se aprovechaban los desaprensivos. En aquellos momentos, en los que la movilidad con un transporte, público y escaso, y el acceso a las maravillosas playas de fuera de Almería, era para la mayoría inalcanzable; el Paseo, era sin duda el lugar donde se concentraba la juventud y la casi inexistente burguesía almeriense, con tertulias destacadas como las del café Colón, el Español o el Alcázar; hoy, desaparecidos. Allí, se intercambiaron la mayoría de los sueños y proyectos que forjaron la actual Almería. Aun recuerdo con nostalgia el Hotel Simón, frente al Café Español – hoy desaparecidos los dos; la Biblioteca Villaespesa, donde pude leer por primera vez el Paris Mach, un reclamo ilusorio de la libertad de prensa. Allí vivimos los que aficionados a escribir, una conferencia de Gerardo Diego y una del inolvidable Don Antonio López Ruiz, sin duda el profesor más adelantado a su tiempo con el que me encontré jamás. En el paseo conocimos muchos a las jóvenes que después han complementado nuestras vidas; y allí, “gastando suelas” - el único despilfarro a nuestro alcance en aquellos tiempos – hicimos muchos, yo diría que cientos de kilómetros. Durante años, siempre que he vuelto a Almería, recorriendo sus aceras, he sentido la emoción de unos años irrepetibles, el ambiente familiar que exhalaba el - según mi abuelo -, Paseo del Príncipe, se mantuvo muchos años, hasta que, afortunadamente, el progreso, el dinero, las urbanizaciones y los automóviles, estuvieron al alcance de todos. En el verano de 1978, escribí un artículo que se llamaba “Ya no resuenan mis pasos”; el tráfico y la poca – casi nula - afluencia de paseantes, principalmente jóvenes que llenábamos las aceras – preferentemente la de la derecha bajando hacia el puerto, evitaban que alguien se percatara de quien subía o bajaba, ya todos iban y venían con una intención definida, el Paseo era un lugar cada vez más impersonal y había dejado de ser el reflejo de una época. La feria ya no estaba ni en el parque ni en la rambla, los toreros cuando triunfaban, ya no bajaban a hombros por la calle Granada hasta el Hotel Simón, ahora iban en sus coches desde la Plaza a hoteles más lejanos. Con tremenda ilusión, recibí la noticia de que el Paseo se iba a convertir en peatonal y se estaba reestructurando, pero me he llevado una gran desilusión, sin ingenio ni brillantez, la reforma está muy lejos de cuanto merecía el lugar más popular de nuestra ciudad y el máximo testigo de su historia; lo han llenado de bloques – semejantes al pavés, del siglo V – de otro color, pero pavés; ni el más mínimo signo o símbolo de su historia, ni reciente ni lejana. Durará, como la Vía Apia pues la piedra es imperecedera, pero Almería y su historia, se merecían mucho más. Lamentablemente, ni Ayuntamiento ni técnicos han estado a la altura; y el Paseo del Príncipe, de la República, del Generalísimo o de Almería, siendo más moderno, es aún más impersonal que antes; y eso, es ignorar la historia.

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