Una investidura no tan fracasada

Movilizaciones partidistas como la del pasado domingo poco aportan a encauzar la cuestión sino más bien al contrario

Cuando escribo, aún no ha pronunciado Alberto Núñez Feijóo su discurso de investidura, el que seguro no va a tener el resultado esperado por la cerrazón de los vascos del PNV, los mismos que propiciaron el desconcierto de la política actual dejando caer graciosamente a Rajoy dos semanas después de apoyarle en los presupuestos. Mal haría Feijóo en buscar hoy aquellas deslealtades de antaño. Nadie va morder ese anzuelo, y el guion de la nueva legislatura hace tiempo que está escrito, con el final que todos sabemos.

Pero sí tiene la oportunidad, ante el más que anunciado entreguismo de Sánchez y compañía a lo peor de cada casa, de ofrecer un proyecto de país serio que proponga medidas que incidan en materias que de verdad importan a la gente, esa que vive sobre todo pensando en cómo llegar a fin de mes con los precios por las nubes y preocupada por el futuro de sus hijos, tan ajena a esos grandes problemas de la humanidad que son, por lo visto, los ricos riquísimos o el lenguaje inclusivo como gran conquista democrática. Cuenta a su favor, además, con las continuas contribuciones al ridículo de destacadas políticas de la nueva izquierda, más que de peluquería, absolutamente desmelenadas.

No debe caer, sin embargo, en la tentación de combatir el impresentable mercadeo del poder que llevará en poco tiempo a la amnistía de los condenados por el procés con unas apelaciones a la igualdad de los territorios que tienen más de deseo que de realidad. Ni la Constitución la consagra, ni todas las comunidades son iguales (empezando por Madrid), ni el problema de Cataluña lo ha creado el presidente Sánchez. En este sentido, movilizaciones partidistas como la del pasado domingo poco aportan a encauzar la cuestión sino más bien al contrario, apuntalan la posición de los que resisten gracias a la confrontación y la discrepancia. Llegará un momento en el que el gran partido de la derecha española tenga que afrontar, con otro enfoque, la cuestión territorial, y habrá de hilar bien fino para reforzar la idea de igualdad de las personas, más que de los territorios.

Y pocos escenarios me parecen mejor para todo ello que un discurso sin límites en el Congreso, con la atención mediática asegurada, pronunciado además por el político que, digan lo que digan, ha ganado las elecciones. Si además resulta convincente, podríamos hablar de una investidura fallida, pero para nada fracasada.

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