República de las Letras
Agustín Belmonte
Prólogos
El ajetreo de estos días no posiciona la estación del año en lo que se conoce como una época relajada de vacaciones. Hace calor, el salitre del mar impregnado a mi piel, el pelo ondeando mechones dorados más claros conforme pasan los días, la comida se alarga hasta la hora del té. Verano. Es el segundo que paso aquí. Cada uno distinto. El sitio es el mismo, yo no. Por el cáñamo de las sombrillas y el mar entrando hasta las entrañas de la cocina podría pensar que estoy en una isla desierta del Caribe. No necesito irme tan lejos. Aquí se me olvida a ratos mi infelicidad. Un poco de firmamento añil, un vientecillo tibio, la paz del espíritu, los pies frescos al caminar descalza por la orillita, la sudadera al ponerse la luna, un paseo en bici. El silencio. El sonido. Momentos sin planear que se tornan en recuerdos en la retina. Ver amanecer, empaparse con una tormenta de agosto. Serena como el Mediterráneo cuando no hay viento, agradecida como cristiana. Nos saludan con sonrisa, nos hablan con verdadero afecto, nos cuidan con la dulzura del azúcar. En ese ingente salón se nos quiere. No hay mejor ingrediente que el cariño. En un vaivén incesante de gente no somos un número de habitación, somos de la casa, cortesía en personas ajenas. En la 2029 siento paz, me siento en paz. Donde me pierdo y me encuentro. Con su camisa de lino, lo ves agitado de un resort a otro pero siempre está, siempre atiende, siempre lo tengo. Ser líder no es mandar. Pocos saben serlo; ser monaguillo antes que fraile tiene su aquél. El ego es difícil de gestionar y a todos nos gusta enfundarnos la sotana roja de cardenal antes que el hábito marrón de un gentil misionero. Jose es de esas personas que me facilitan la vida, de esos que por cada peldaño del triunfo sube dos de humildad. Tirada como una colilla me soltaron de la mano en el peor momento y él me dio el espacio justo para llenar de colores instantes oscuros. Me encierro en esas paredes. Son muros de reconciliación con mi yo interno. En la lucha intrínseca con la que batallo todos los días, veo azules. El de la playa, el del cielo. Cuando surge el momento de la oportunidad, se vuelve imparable y tan poderoso que ni siquiera Zeus, el más fuerte de los Dioses, puede detenerlo. “Kairós”. No es el tiempo cuantitativo sino el tiempo cualitativo de la ocasión, la experiencia del momento oportuno. Ese tiempo no es cronológico, no corre. No se cuenta con las manillas del reloj, no es lineal, dista mucho de la pura cantidad del “cronos”. Se valora. Con las luces de la noche y la música de ambiente recuerdo su piel tatuada. Pequeñas obras de tinta permanente que decoran su cuerpo. Cuando todavía no me he ido ya pienso en mi vuelta. Con R de Reina.
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