No quisiera pecar de optimismo, porque la gravedad es máxima, pero este octubre catalán es menos peligroso para el Estado que el de 2017. Si ese otoño de hace dos años Cataluña no se independizó fue de milagro, hubiesen bastado los dos reconocimientos internacionales que no llegaron desde el Báltico y algo más de valentía para que la secesión se hubiese materializado durante, al menos, algunos días. El tremendo error del Gobierno de Rajoy con el referéndum, televisado de modo global, porras contra urnas, dejó a Cataluña sin Estado, 48 horas de sin España que comenzaron a resolverse después del discurso de Felipe VI. Sostienen sus críticos que no gustó en Cataluña, es que el objetivo fue otro: colocarse al frente de un país que tiene la obligación de proteger. Las carrers que inundaron concentraciones cívicas, las que no rompieron ni una papelera, se han convertido en kales de jóvenes jarraituxus alentados por Torra y Puigdemont. El comando más activo, el táctico, fue detenido. No hay riesgo, como lo hubo, de que los Mossos tomen El Prat, y en el Parlamento el presidente tarumba se ha quedado solo en su intención de volver a colocar las urnas. El problema de orden público ha superado al político, y debe ser tratado como tal. La mayoría independentista en el Parlament ha suscrito un nuevo fracaso.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios