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Las redes sociales, de uso imparablemente masivo en nuestra sociedad, muestran con frecuencia esbozos de lo mejor de nosotros, pero también de lo peor. Igual que ponen al descubierto el buen gusto que tenemos para vestir, lo sonrientes y guapos que salimos en tal foto o vídeo, o lo comprometidos que estamos con causas solidarias, justas o bonitas, también delatan nuestras carencias en ámbitos como el de la expresión escrita, algo tan importante y que sin embargo tan poca relevancia se le da por muchas, muchísimas personas. Escribir bien debería ser no ya una aspiración, sino una obligación casi moral. Igual que salimos a la calle sin manchas en la ropa, deberíamos mostrar nuestros pensamientos al resto de la humanidad, al menos, sin faltas de ortografía. Ni siquiera estoy hablando de aquella tilde que olvidé poner por escribir algo precipitadamente. Hablo del 'yo' con dos eles, del 'haiga' por 'haya', del 'haber' por 'a ver'... y otras aberraciones. "Pero tú lo entiendes, ¿no?", es la respuesta más socorrida cuando alguien les corrige, por decoro. Ni un mínimo atisbo de ganas de aprender a hacerlo bien. Un lamparón enorme en el traje.
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