La letra con tinta coldset entra

21 de noviembre 2025 - 03:07

Reconociste a Sevillano al vuelo. En medio de aquel cotarro peripuesto que, entre chasquidos de besos al aire, apretones de manos y palmadas al lomo, se apiñaba en el atrio del salón social, desentonaba graciosamente el torpe aliño indumentario del historiador: sus rectangulares gafas metálicas de cristal blindado contra la indiferencia; su barba rala, hirsuta, canosa pero anclada en una pubertad crónica e inmarcesible; su holgada chaqueta de antelina marrón como de sociata ochentero ajeno todavía al desengaño. Aun cuando los dos no sumáis un solo apellido alhameño, la dirección de El Eco de Alhama tuvo la gentileza de convidaros también a vosotros a una comida para celebrar que su revista, la niña de sus ojos, se había transformado, número a número y sin saber cómo ni cómo no, en una puretilla de treinta años.

Sin pensarlo dos veces, te llegaste al corrillo suyo y lo saludaste, lamentando que, al no compartir mesa, no dispusieras de mucho tiempo de pegar la hebra con él. La conversación, ilustrada por la imagen fugaz de un ejemplar del Diario de Almería asomando marsupialmente del bolso del historiador lo mismo que una cría callada, plegada y vegetal, pronto derivó hacia el tema del desahucio al que, al parecer, se condenó a la prensa desde el tris en que esta repudió su soporte natural: el papel. Ambos evocasteis aquellos lejanos años noventa en los que, antes de que se le diera pasaporte a Gutemberg, coincidisteis en el periódico decano almeriense, cuando él ya era un eminente flamencólogo con carta de vecindad en la primera plana y tú, que por edad podrías ser su hijo, no más que un pardillo universitario con ínfulas de genio incomprendido a quien Jacinto Castillo le había dado la alternativa para publicar paridas literarias en los suplementos especiales. La charla concluyó con la confesión de la fruición que sentías al descender por la escalera que comunicaba la redacción con los talleres, ese postrero reducto proletario donde la rotativa obraba el milagro de la multiplicación de las fotos y los textos. Allí, en el corazón del pesebre gacetillero, rodeado de cilindros, bobinas de papel, estatores, rotores, cojinetes, rodamientos…, eras testigo de cómo tus elucubraciones abstractas se objetivaban en el papel y la tinta confiriendo a las yemas de los dedos y a la nariz un protagonismo decodificador que hoy le niegan los móviles y las tabletas (a Antonio Sevillano).

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