Que llueva, que llueva

Hace unos días, al levantarme y subir las persianas, he mirado deseando ver como podía en la madrugada, haber caído la lluvia que tanta falta hace. Mientras, en el norte y levante, caía a raudales, incluso en la Andalucía centro y la occidental. Aquí ni por esas. Buscaba en mi memoria los acordes de aquella canción infantil que hoy tararean mis nietos, en la vecina ciudad, con sus amigos y amigas del colegio: Que llueva, que llueva, la Virgen de la cueva. Los pajaritos cantan, las nube se levantan. Que sí, que no, que caiga un chaparrón, que rompa los cristales de la estación. (Si son los de las estación del tren, mejor que no. Un edificio tan ornamental y elegante, infrautilizado y que cayó en el sueño de los justos. Un edificio que llora su ostracismo).

Hoy esa cancioncilla es el clamor. Grandes periodos de sequía que pueden poner en riesgo la vida de millones de personas. Fue en el agua donde comenzó la vida. Muy cierto ese proverbio inglés: “No se aprecia el valor del agua hasta que se seca el pozo”.