Una luz en Lisboa

A la llamada de la Iglesia universal acuden más de un millón de jóvenes con su mochila de esperanzas a cuestas

Hay quienes siguen empeñados en negar cualquier elemento positivo en la Iglesia Católica, amplificando sus desviaciones y miserias. Los hay también que todavía no se han apartado de esa visión bajomedieval de una institución basada sobre todo en el poder cuya premisa evangélica de la misericordia, justicia y caridad han quedado relegadas a la categoría de mero pretexto. Así lo manifiestan, con un desdén muchas veces ofensivo, en las redes sociales, e incluso en medios de comunicación que todavía tenemos por serios. Pasa que, de vez en cuando, como ha ocurrido esta semana pasada en la JMJ de Lisboa, a la llamada de la Iglesia universal acuden más de un millón de jóvenes de todo el mundo, con su mochila de esperanzas a cuestas, y entonces ya no es tan fácil disfrazar de utilización o mero marketing lo que es sobre todo una demostración palmaria de compromiso en el ejercicio de la fe, aunque su origen y motivación puedan tener condicionantes diferentes. En la era de la comodidad y la inmediatez, donde existen miles de ofertas de ocio al alcance de la mano sin salir de casa, nadie se echa a la carretera una semana para mal comer y dormir en el suelo junto a cientos de desconocidos sin una fuerza interior que lo arrastre.

Desde que la Iglesia organiza periódicamente estas jornadas, tres han sido los papas que han venido rigiendo sus destinos, cada uno con su carisma, tan distintos: desde aquel titán que fue el papa Wojtyila a Ratzinger, el papa teólogo e intelectual, pasando por el jesuita Bergoglio, tan pegado al Evangelio. Pero el mensaje ha sido, sin embargo, esencialmente el mismo. Ha acertado Francisco en el tono y en el contenido, heredero de la llamada de San Juan Pablo II hace tantos años, pero que aún hoy resuena con fuerza en los cimientos de aquella Iglesia adormecida: “No tengáis miedo”.

Pese a lo que se dice por ahí, yo no creo que la juventud de ahora sea peor que la de antes. En realidad, juventud hay solo una, que es hija de su tiempo. Y a esta de ahora le ha tocado vivir un mundo mucho más complejo que el que nos tocó a nosotros, por tantas cosas. Y precisamente por eso, es tan importante encontrar una luz, esa “la luz que ha venido a iluminar el mundo” de las que les (nos) habló el papa Francisco la otra mañana en el Parque do Tejo. Bienaventurados tantos como fueron a buscarla, desde todos los rincones del orbe, junto al ancho mar de Lisboa.

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