Ni es cielo ni es azul
Avelino Oreiro
Se adelantó el invierno
La izquierda radical suele tener el ladrido de un pekinés: promete que Madrid será la tumba del fascismo, pero las banderas victoriosas de su enemigo acaban ondeando durante décadas. Su combatividad suele ser más de boquilla que otra cosa. Pero también tiene sus pequeñas victorias, sobre todo cuando tiene razón. El domingo consiguió la suspensión de la última etapa de la Vuelta ciclista a España, dando un punto de agitación periodística a la modorra de las redacciones dominicales. Alguno, de amor palestino henchido el corazón, llegó a prometer que la capital del reino sería el féretro de Israel (¡qué obsesión con la metáfora funeraria!), pero la cosa, por ahora, se quedó en mandar al pelotón de velocipedistas al hotel y a pasear por el asfalto madrileño con el kufiya al cuello. Los deportistas debieron respirar aliviados después de días de angustia en los que su seguridad ha estado gravemente comprometida: una ducha y para casa, que ya está bien de pedalear en este país de locos, calor, moscas y desastres naturales.
Que se suspenda la Vuelta es una nimiedad comparado con esa enorme carnicería que Israel está cometiendo en Gaza. Ni siquiera la horrible matanza de los terroristas palestinos de Hamas (apoyados por algunos políticos españoles que ahora enarbolan la bandera de la paz) justifica el horror que estamos viendo en el mismo Mediterráneo que baña el levante español. Pero llama la atención que el Gobierno de una nación europea apoye el boicot violento de la principal competición ciclista de su país. No es tan grave como amnistiar a golpistas (en Brasil sí saben cómo tratarlos) o gobernar con ex terroristas, pero casi. Gaza está sirviendo de pulmón artificial para un Sánchez que parecía cadáver a principios de verano. No va a soltar la chuleta fácilmente.
Paradójico fue el empeño de algunos manifestantes de enfrentarse con una policía que, precisamente, había enviado a la zona el mismo Gobierno que ha roto de facto las relaciones con Israel y se ha convertido en la cabeza más visible del antisionismo internacional. Se suponía que los agentes eran de los suyos, pero el primer mundo está enfermo de romanticismo adolescente, como ya vimos en el procés, y el personal no se resigna a vivir en el mundo comodón que les ha tocado. Esto ya lo criticó Pasolini (rojo, católico y homosexual) hace mucho tiempo: pijos ociosos de izquierdas contra trabajadores uniformados. La revolución que no cesa.
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