Alto y claro
José Antonio Carrizosa
¿Dónde están mis cuatro euros?
Fue curioso ver, en prensa nacional, la fotografía de un grupo de chicas y chicos lozanos, sonrientes, aún veinteañeros guapos, aludidos a pie de foto como controladores del sistema de misiles ruso utilizado contra Ucrania, que así se llama al uso de drones destructivos que masacran al pueblo ucranio. Incluidos civiles. Y pensé en la paradoja de que, como bien saben los militares, los humanos tengamos una fuerte aversión a matar de cerca, o sea, con bayoneta o incluso con pistola, y prefiramos matar de lejos, con artillería, bombardeos o con un medio con el que el matador no tenga que soportar la mirada del matado y así la orden de matar se hace más liviana. En las guerras del S. XIX, apenas el 10% de la tropa rasa disparó sus mosquetes; y hasta en la 2ª GM, solo el 15% de los soldados llegó a disparar alguna vez su arma: que matar traumatiza. Y recordé a aquel francotirador de elite publicando que la crudeza de su faena no era tanto tener que matar a la gente que le ordenaran, como tener que usar visores de última generación porque "lo peor que tienen las tecnologías tan avanzadas, es que te permiten ver, la mirada del muerto cuando recibe el impacto de la bala que le metes, no importa la distancia ni si es de día o de noche". Un trauma parecido al que sufren los controladores de drones teledirigidos, cuando disparan sus mortíferas armas de lejos pero que, al disiparse la humareda, pueden ver la sangre, los cadáveres y cuerpos despiezados a través de su cámara de infrarrojos. Y me acordé de cómo estas impresiones traumáticas derivadas del acto de matar, que históricamente se trataban como meras neurosis pasajeras, al final pasaron a ser trastornos psiquiátricos y que el terror de matar viendo la cara del muerto, ha colmado una patología típica entre excombatientes implicados en las guerras de antes, cuando se visualizaban los efectos mortíferos del gatillo o del botón disparador. Y también recordé cómo los psicólogos de la guerra nos advertían hace lustros sobre el riesgo de que los videojuegos violentos insensibilizaran a los niños de ayer, que son los jóvenes de hoy, para que esa contención psicobiológica con la que la mirada del otro antes nos humanizaba, ya desaparece cosificada en una pantalla que solo muestra fríos signos estadísticos. Y acaso por eso los matadores pueden seguir sonriendo en la foto, como si nada pasara cuando lanzan sus misiles contra figurillas.
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