Siempre que salía fuera de España, sentía una gran alegría cuando se encontraba con alguna señal de otro compatriota: una bandera, una insignia, cualquier detalle, significaba un signo identitario que le acercaba a ese desconocido. Había observado que de un tiempo a esta parte, algunas personas se habían apropiado de estos signos de identidad, como si de una propiedad privada se tratase, tratando a los demás como usurpadores. De pequeña le regalaron un libro del monstruo "Topamí", era un monstruito pequeñajo que todo cuanto veía lo cogía diciendo: to-pa-mí. Aquel cuento le hacía gracia, porque los niños querían todo para ellos, menos mal que después aprendían a compartir. Hoy recordó con una sonrisa aquella etapa de la vida en que los niños eran tan egoístas, que lo querían todo para sí, sin embargo no la hacía la misma gracia descubrir que algunos personajes habían crecido, pero seguían siendo unos monstruos "Topamí", apropiándose de todo cuanto se ponía ante ellos. Igual montaban una multinacional, que explotaban los recursos del planeta sin escrúpulo alguno, o manejaban la vida de los individuos, como si de marionetas de madera se tratase. Y lo peor de todo, es que lo hacían con el beneplácito de los sojuzgados. Lejos quedaba la toma de la Bastilla, aquella revolución que cambió la vida de los europeos, que dejaron de ser súbditos para ser ciudadanos de derecho. Actualmente, muchos ciudadanos renunciaban a su derecho a pensar y actuar por sí mismos, para adoptar lo que otros decidían por ellos. Se dio cuenta de lo difícil que es crecer en un mundo que te lo da todo estuchado y listo para consumir, aunque al abrir la caja de los bombones, lo que puedes encontrar sean granadas de mano. El mundo virtual, las guerras económicas, la individualidad más descarnada, ha ido creando un mundo paralelo a la realidad, en el que se sumerge el ser humano, y casi sin darse cuenta, pasa de ser un ciudadano de pleno derecho a lacayo, a siervo, o a esclavo de cualquier cosa que le llene una vida anodina y previsible. La política, como instrumento para transformar la sociedad, se va transformando cada vez más en un espectáculo permanente en el que algunos monstruos listillos, se apropian de las mentes de los ciudadanos, llenándolas de aquellas ideas que a ellos les conviene, ante la desidia de estos, acostumbrados a que alguien piense por ellos. Hoy la bandera, la constitución, el orden o la nación, se la han apropiado unos pocos, como si de un patrimonio personal se tratase, arrogándose derechos usurpados a los ciudadanos, que impasibles, lo ven todo como si de un videojuego se tratase. No, la patria, la bandera, la Constitución y la democracia, son patrimonio de todos los ciudadanos sin excepción, el monstruo "Topamí" solo era un cuento infantil.

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