La moral, nuestra brújula interior

La moral, independientemente de la escala de valores, es universal a toda la humanidad

24 de octubre 2023 - 00:00

Una diferencia clave entre el ser humano y el animal es la capacidad del primero para proyectarse hacia adelante. El hombre, decía Ortega, es un ser anticipador, proléptico, como vimos unos cuantos artículos atrás. Construimos nuestra vida con proyectos que no son pero que pueden llegar a ser. El animal, por el contrario, está en el presente. Vive en un aquí y ahora que le impide imaginarse en el futuro. Algunos dirán que sí pueden prever determinados acontecimientos. Bien, de acuerdo, pero todos relacionados intrínsecamente con la supervivencia básica. Es, precisamente, de esa virtud exclusivamente humana de donde nace la obligación y consecuentemente la moralidad. La partícula “ob”, en latín, tiene entre otras la significación de “hacia adelante”. El ser humano construye su vida vinculado a cosas, emociones, pensamientos y personas. Y nos ligamos a ellas a futuro por lo que acabamos “ob-ligados” a conducirnos de determinada manera.

Obligación y deber son experiencias relacionadas con la moral. Definimos la experiencia moral como el proceso cognitivo y emocional mediante el cual tomamos decisiones basadas en nuestros valores y principios. Y, fijémonos, otra vez el futuro y la obligación. Porque, ¿qué es tomar una decisión sino decidir la conducta a realizar más adelante?

Lo primero que sorprende al analizar la experiencia moral es su carácter universal. Es común a todos los seres humanos, sabios o ignorantes, pertenezcan a una cultura o a otra. Porque si bien podemos entrar en discrepancia en la jerarquía de valores, todos nos sentimos obligados a decidir constantemente entre un valor y otro. Otra característica genuina de la moralidad es, como anticipamos, que la exclusiva la tienen los humanos. Algunos autores defienden que esto tiene una explicación evolutiva. Consideran que la moral surgió para promover la cooperación y la supervivencia en grupos sociales. La empatía y la capacidad para discernir lo que beneficia a la comunidad pudieron ser adaptaciones biológicas que llevaron al desarrollo de normas morales comunes. También la neurociencia ha identificado regiones cerebrales asociadas con el procesamiento moral y la toma de decisiones éticas por lo que no sería solamente un constructo abstracto.

Entender un poco mejor la complejidad y profundidad de la moralidad nos invita a reflexionar sobre nosotros mismos y nuestra interacción con un mundo en perpetuo cambio.

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