Niños peligrosos

Llevar los niños cogidos de la mano parece una diligencia propia del cuidado que debe prestarse a los menores por razón de su todavía limitado raciocinio e insuficiencia de criterio. Situación bastante distinta a la de agarrarlos de buen modo para que no provoquen una trastada más o menos inocente. Ahora bien, precisamente esa ingenuidad inocente explica algunas malignas formas de crueldad infantil, derivadas, sobre todo, de la falta de discernimiento entre lo bueno y lo malo -categorías cada vez más relativas, por lo demás-. Así, no debe entenderse que los niños adquieren pronto las conductas o los comportamientos que propician la amistad o las interacciones satisfactorias con sus iguales en edad. Bastante tienen ya con conocer el mundo al que se incorporan como para, además, hacerse pronto con las maneras de las criaturas. Considerada, también, la imitación del proceder de los adultos, este puede no ser propicio para la tan complicada como necesaria socialización de los críos -cada vez más controvertida, asimismo, si se tiene en cuenta el conjunto de los valores más pertinentes a tal efecto-. Por tanto, si el peligro toma el carácter de los riesgos o las contingencias que, de inmediato, llevan a que suceda o se produzca algún mal o perjuicio, cabe que los niños pequeños sean peligrosos y advertirlo no solo resulta una jocosa señal.