No ofende el que quiere

04 de febrero 2025 - 03:08

Bien sea en la vida real o en redes sociales, resulta, por desgracia, cada vez más frecuente que, ante el menor atisbo de diferencia de opinión, alguien responda rápidamente con un insulto. Esta gentuza se caracteriza por su incapacidad para argumentar, recurriendo al ataque personal como única herramienta de defensa.

En la era de la inmediatez y de la pérdida de límites, los improperios vuelan como moscas en un establo. Basta asomarse a cualquier foro o conducir un rato por cualquier ciudad para identificar rápidamente al ignorante de cualquier norma básica de educación. Pero es bueno recordar que “no ofende quien no tiene poder sobre nosotros”. Independientemente de cuál sea la miseria con la que justifiquen sus rebuznos, es importante que las (reales o potenciales) víctimas de estos especímenes nos protejamos frente a tanto desagravio. No ofende el que quiere, sino el que puede. Así que la mejor respuesta inicial es negarles el poder que buscan. El insulto, como la ofensa, es un acto de dos.

Esto no significa que debamos permitir la mala educación ni normalizar la falta de respeto. Se trata de asumir una postura firme sin caer en la provocación. Hay quienes buscan el enfrentamiento constante y se alimentan viendo cómo su veneno surte efecto. A ellos, lo peor que se les puede hacer es privarlos de la reacción que esperan.

La clave está en la indiferencia selectiva. No significa dejar siempre pasar la mala educación, sino saber distinguir entre lo que merece respuesta y lo que es mejor dejar morir en su propia insignificancia. No toda provocación merece un duelo. A veces, el mejor escudo es una carcajada, un giro elegante o el más puro desdén.

Pero no hay que confundir la indiferencia con la falta de carácter. Si el insulto se convierte en un intento de menoscabar la dignidad, es necesario responder. Un insulto al aire, en cambio, es una trampa que solo nos atrapa si le damos valor.

No podemos evitar que haya personas que insulten a la primera de cambio, pero sí podemos decidir qué hacer con esas agresiones. La vida es demasiado corta para detenernos con cada piedra del camino. No todas las batallas merecen ser libradas, y menos cuando el rival no está a la altura.

Así que, la próxima vez que alguien se empeñe en lanzarnos un insulto envuelto en su amargura, recordemos: no ofende el que quiere, sino el que puede. Y si no le damos permiso, simplemente no podrá.

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