Ni es cielo ni es azul
Avelino Oreiro
Se adelantó el invierno
Cuenta Cide Hamete Benengeli, escrupuloso autor de esta crónica verdadera, que habiendo salido de la sala 5 del Cine Yelmo Torrecárdenas con las manos aún húmedas, pues de tan bajos como estaban los secadores de pared de los baños no quiso humillarse para secárselas, el sin par crítico de cine Serafín de Paula encontró de potra una mesa libre en La Dulce Alianza y no sin antes haber pedido al camarero un pionono más un solo expreso en tacita, sacó de la mariconera una Montblanc 149, dádiva de un forofo de su pluma, y un flamante cuaderno vintage de tapas de cuero vuelto, un caprichito, vamos; y abierto este por la primera hoja y desenroscado el capuchón de aquella, se dispuso a escribir las primeras impresiones que suscitara en su caletre el visionado de la postrera cinta del cineasta español Alejandro Amenábar, titulada El cautivo, cuya acción se ambienta en la ciudad de Argel donde sufrió cinco años de esclavitud y presidio el príncipe de las letras don Miguel de Cervantes Saavedra. Sin embargo, tanto la omnisciencia como la memoria de nuestro egregio narrador arábigo no andan muy boyantes que digamos, pues, a pesar de no haber quitado ojo del cuaderno, no retuvo nada de cuanto el crítico escribió; salvo dos mentis con que concluye el texto y que aquí se expondrán someramente.
Por un lado, no complugo a Serafín de Paula, por falsa en todo extremo, la caracterización dizque juglaresca del personaje protagonista, al que se pinta con piquito de oro y diestro improvisador de cuentos ante un auditorio carcelario embebido en el verbo colmado y fluido del manco, aunque no tanto como su captor Hasán Bajá, un cruce entre Tino Casal y Sandokán, a quien, como el rey Schahriar de las 1001 noches, se le aplaca su sed sanguinaria con el relato de historias originales de fábula enmarañada y perfecta. ¿Nadie ha dicho a Amenábar que Cervantes fue tartaja desde que lo destetaron?
Y, por otro lado, nuestro crítico denunció el fantasioso, freudiano y poco o nada cervantino concepto de libertad que trasluce el film, en el que Argel representa tanto para amos como para esclavos un Edén de los pequeños placeres carnales, cuando en puridad sería mucho más cervantina una ciudad sin amos ni esclavos erigida sobre el principio de que «nadie es más que nadie». Por lo demás, concluye Serafín, ustedes dirán de qué libertad sexual puede disfrutar un esclavo que elige entre la espada y la retambufa.
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