La ciudad y los días
Carlos Colón
Vuelve la nunca ausente
En el año 1974 se estrenó la película “Pascualino Cammarata, capitán de fragata”, película italiana, de carácter cómico, que tuvo mucho éxito en las taquillas.
Hay quienes se visten de Pascualinos y pilotan sus naves hacia su puerto soñado, sueño sólo suyo, pues parte de la tripulación y muchos de los pasajeros son ajenos a su destino. Sus seguidores confían en su capitán, sin reparar sobre sus aciertos, y desaciertos, hacia el rumbo al cual se dirigen. No les importan las tempestades, la desorganización interna, sino la santa voluntad del jefe del navío, que imperturbable navega, hacia el punto del horizonte que sus designios disponen.
Pascualino tiene una obsesión, pilotar su barco, salir del tedio que la vida corriente le había deparado, y surcar los amplios mares oceánicos, con el apoyo de su tripulación y de gran número de pasajeros. Les había prometido una vida más confortable, asaltando galeones y conquistando nuevas empresas. Este nexo de intereses unía a todos los suyos, mas las desavenencias pronto aparecieron, cuando parte de los embarcados, descubrieron que un grupo de la oficialidad les estaba robando sus pertenencias. Gritaron, se manifestaron, pero el orden es el orden, y se logró, gracias a los reglamentos de organización interna, mantener las discrepancias. No en vano, había ido designando a fieles seguidores para su interpretación última. Visto que había aún algunos que mostraban signos de independencia y profesionalidad, en la interpretación del reglamento, cambió aquellas normas que favorecían la crítica, y la colaboración, en la toma de decisiones. Esto me recuerda a lo que decía W. Allen, “Estoy a favor de la libertad de expresión siempre que no sea contraria a mis ideas”.
Los suyos recibieron más promesas de los bienes que para ellos tenía reservado el futuro, y el cambio del reglamento se formuló. No mediante acciones drásticas, sino introduciendo modificaciones que posibilitaban la desnaturalización de la norma, difundiendo, en el barco, que el reglamento vigente era responsable de las tropelías denunciadas por los amotinados, por lo que se consultó sobre si procedía sustituirlo por otro, mediante una votación sencilla, sin mayorías cualificadas, pues ya había previamente aprobado con sus amigos la ordenanza que la justificaba. Conseguido el apoyo simple, tras esta encuesta todo cambió.
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