Un relato woke de la extrema izquierda
La papisa Motomami
Señor director: amparado en su vocación de dejar un rincón de las planchas de su periódico a disposición de aquellas voces críticas que, contra viento y marea, se resisten a amoldarse a la ideología dominante, le ruego sea servido publicar en el espacio reservado a mi columna esta brevísima reseña firmada por mi amiga Medea Couto Bermello a cuento de la presentación en Madrid de la portada de Lux, último disco de Rosalía. Es cuestión de tiempo que la prosa macerada en mala leche que mi paisana hierve en sus páginas acabe abriéndose hueco en el ya de por sí exiguo olimpo de la prensa escrita. Paciencia y barajar. Si da usted su venia para publicarla, saldremos ganando todos, empezando por ella, los lectores y terminando, claro está, por mí, Avelino Oreiro, quien le da las gracias.
«Malaventurados aquellos que, como una servidora de ustedes, vieron el pasado 20 de octubre en la plaza de Callao la fumata blanca que anunciaba la elección de Rosalía como papisa de la mercadotecnia musical. A eso de las diez, la Santa Madre arribó a las puertas del edifico Capitol en un inmaculado papamóvil Nissan Skyline GT-R R33 de los años 90 cuyo tubo de escape vomitaba un humazo nutricio que mojaba descaradamente la oreja al Ayuntamiento de Madrid y sus dichosas Zonas de Bajas Emisiones Ceodós. Al apearse, la sobona concurrencia pudo saborear su vestimenta: un remedo de sotana blanca que, remangado por delante, descubría unas piernazas esculpidas en gimnasio, rematadas en dos encarnados botines papales, símbolo dual de una sangre no tan procedente del martirio cuanto del menstruo. Al poco, la papisa se retiró al Palacio Capitolino a una de cuyas ventanas se asomó después para lanzar besitos al gentío. No dijo ni mu. Las parábolas ya no se llevan. La masa de fieles permanecía en Callao estúpidamente enfrascada en grabar en sus móviles todo cuanto acontecía, que no era nada. Tras una cuenta atrás, tachán: expusieron la portada en las pantallas led gigantes de la plaza. Lo que a muchos parecía simbolizar una nueva metamorfosis de la espiritualidad a mí se me antojó una chica mona con cofia de monja saliendo del cuello de una prenda de punto sin brazos que tenía más de camisa de fuerza que de crisálida. Al salir, entre la multitud, mis ojos se encontraron con los ojos de un mendigo, los únicos ojos que me vieron en medio de ese archipiélago de soledad, desconfianza y espejismos de cuerpo.»
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