
Paseo Abajo
Juan Torrijos
¡Ser de luz!
Norma Jean era la joven tímida, huérfana, inteligente y lectora voraz que soñaba con ser actriz. Marilyn Monroe, en cambio, era la creación perfecta: seductora, espontánea, sensual… Cuanto más deseada y adorada se hacía la figura de Marilyn, más se ahogaba Norma Jean dentro de ella. A medida que el personaje crecía, la mujer real se volvía más invisible. El mundo quería ver una rubia feliz y desenfadada, pero Norma se sentía cada vez más perdida.
El caso de Marilyn es extremo, por supuesto, pero nos sirve para ilustrar cómo el personaje puede acabar ahogando a la persona. El caso es que, si nos paramos a pensarlo un poco, muchos de nosotros también podemos quedar atrapados en una versión pública que nos va eclipsando. Nos proyectamos como fuertes, profesionales, accesibles, simpáticos… pero esa fachada puede consumir nuestros recursos, dejándonos exhaustos.
Parecemos obligados a convertirnos en lo que se espera de nosotros: la madre que no flaquea, el profesional que siempre responde, el amigo que sostiene a toda costa. Estos papeles los ensayamos tanto que, al intentar dejarlos a un lado, sentimos que estamos fallando, que estamos perdiendo lo que nos define. Pero resulta lo contrario: hay que cuidar la fragilidad, la duda y la imperfección, porque también esa es parte esencial de lo que nos hace humanos.
El problema no es tener un personaje —todos lo necesitamos para movernos en sociedad—, sino no contar con espacios donde podamos quitarnos el disfraz sin miedo. Estar siempre interpretando ese rol puede llevarnos a confusión y terminar olvidando quiénes somos realmente.
Quizás por eso hay personas que se apagan sin motivo aparente. No están deprimidas, simplemente se sienten ausentes de sí mismas. Han teatralizado durante tanto tiempo un personaje ajeno que ya no recuerdan qué las movía de verdad.
Volver a la persona no es un gesto egoísta, sino una forma esencial de autocuidado. Es sano recordar que no siempre tenemos que estar disponibles, ni ser la versión más espectacular de nosotros mismos. Para ello, conviene preguntarse, de vez en cuando: ¿Quién habla cuando hablo? ¿Quién decide cuando decido algo?
No podemos vivir sin personajes, pero sí podemos darnos permiso para no estar siempre en escena. Necesitamos momentos en los que no haga falta fingir, donde podamos ser como somos, sin tener que demostrar nada. A veces, basta con eso para volver a sentirnos bien.
También te puede interesar
Lo último