La esquina
José Aguilar
Por qué Sánchez demora su caída
HACE casi quinientos años, unos maestros de la pluma los pusieron de moda, creando un género literario propio. Bajo el sobrenombre de novela picaresca, el gran Francisco de Quevedo, el mismísimo Miguel de Cervantes, pasando por el autor anónimo del genial 'Lazarillo de Tormes', se zambulleron en un mundo en el que sólo el más listo era capaz de sobrevivir. Eran años de hambruna, en los que la hidalguía había caído en desgracia, como consecuencia del declive que había comenzado a experimentar la nobleza.
Ante esta situación, surge el pícaro, siervo en muchos casos de ese noble decadente, que aspira a sobrevivir a base de engaños, pergeñando estafas e ideando argucias para conseguir un trozo de pan duro que llevarse a la boca.
Quinientos años son muchos años. Tantos que el cromosoma de la picaresca española ha enraizado de tal forma en nuestro ADN que a día de hoy forma parte de la cultura y la idiosincrasia propias de esta nación que nos ha visto crecer.
La economía sumergida, para aquellos que no tienen empleo ni una prestación para cubrir las necesidades más básicas es, en muchos casos, la única salida a una situación como la actual, que aprovecha la coyuntura para alimentar este mercado negro, en el que muchos empresarios se manejan como peces en el agua, sabedores de que si aquél que está trabajando sin contrato bajo su particular tutela, se va, tendrá otros cuarenta como él o a un precio menor a la puerta de sus instalaciones.
Dicen que hay que hacer de la necesidad, virtud. Lo que ocurre es que en este tablero de ajedrez, unos juegan con los peones y otros se los comen con las reinas, los alfiles, los caballos y las torretas.
La actual picaresca ha llevado a España a lo que es. Un país en el que durante muchos años ha imperado e impera la ley del más fuerte. El mal llamado 'ladrón de guante blanco' se ha lucrado a base de 'pelotazos' urbanísticos, comisiones por debajo de la mesa y pactos con el diablo.
Si Lázaro González Pérez, el Lazarillo de Tormes, levantase la cabeza y viese cómo se ha desvirtuado esa picaresca que a él le dio de comer, sentiría verdadera vergüenza ajena. Al margen de los hombres hechos y derechos, que hay muchos, que pasean a diario como leones enjaulados, mendigando un trabajo o, al menos, unas horas en un invernadero, para tener un plato caliente para ellos y sus hijos, lo que es consecuencia del desbarajuste inmobiliario de la última década (esto es otra historia y deberá ser contada en otro momento, como decía el gran Michael Ende), también es cierto que hay mucho 'listo', que no pícaro, que busca en la economía sumergida un complemento a su sueldo normalizado, quitándole el puesto a aquel que más lo necesita.
Con la connivencia de una Administración que no hace lo suficiente para acabar con estos casos flagrantes y que encima castiga con todo el peso de la ley y del fisco a aquellos parados sin contrato a los que echa el guante.
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