La presentación

Los asistentes se fotografían como robots expectantes dirigidos por máquinas de decir qué es y qué no es cultura

En La presentaciónun lugar de Almería cuyo nombre si logro recordar el escritor reúne alrededor de una mesa rectangular de inmensas dimensiones un conjunto de ciudadanos que aspiran a participar de la transmisión de la cultura directamente a través del creador de cultura que viene como ente superior desde la capital lejana. Con gorra inseparable y barba viaja a iluminar a otros seres culturales inferiores que atienden rectos y envarados a partir de la mesa que parece la mesa desde la que un señor ruso apodado el más malo del mundo recibe a sus iguales. En la lejanía, para que no parezca que puede existir un atisbo de confianza o cercanía, el escenario es el idóneo, el municipio es idóneo y el lugar es idóneo. La biblioteca municipal. Un lugar donde varios minutos antes tienen que echar a los probos estudiantes que utilizan las bibliotecas para no leer ningún libro y estudiar. Las bibliotecas son los lugares idóneos para presentar libros, estudiar, retirar prestado libros y nunca ir allí para leerlos. La presentación marca un tanto a la biblioteca y al municipio porque añade una muesca más en la pared de eventos realizados para luego mitinar desde el proscenio al vulgo con la misma distancia. Vuestro voto. Vuestra compra del libro. Lo demás me la refanfinfla. Soñar con subir en los peldaños de la gloria (el dinero, el cargo o sea el dinero) redundando en la máxima: La verdad es el éxito, el resto, la inexistencia. Los asistentes se fotografían como robots expectantes dirigidos por máquinas de decir qué es y qué no es cultura. Ordenados acuden sabiéndose más cultos, más cerca de la cultura que los demás, los mediocres que no han asistido, ufanos en sus ritos mundanos y primarios. En las mentes preclaras de nuestros próceres anuncian como almuecines, todos venid, todos seáis, todos tomad, conseguir que todo el mundo sea culto, es decir, le guste lo mismo que me gusta a mí. Como soldados llamados a leva en la feroz batalla de mi venta de mi libro. El almuédano o almuecín aspira a llegar más alto, el escritor mejor, más famoso. Que ya no es de bibliotecas si no de teatros, con grandes escenarios y luces y aparición estelar, no como el indio de Krahe, que va y se va para el escenario andando por el pasillo como si uno de por ahí fuera. Sin tatachín, sin camerino, el tío se fumaba el último piti, contestaba las últimas preguntas de la prensa y entraba a salón de actos a su rollo.

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