Medio siglo
Equipo Alfredo
Público y privado: el cuarto oxímoron
La primera línea de playa suele ser un anhelo cuando se busca dónde pasar las vacaciones o hacerse con una segunda residencia cerca del mar. Ha de resultar así porque tener casi al lado las aguas marinas, en una vecindad mediterránea, como en la foto, es un privilegio valioso, y también costoso. Mas hay formas ambulantes de asentarse, aunque sea por poco tiempo, en algún lugar todavía no reducido o modificado por el urbanismo, para que las aceran se mojen con las mareas y desde las terrazas pueda contemplarse la playa como un patio compartido. Aun en el ocasional estacionamiento de caravanas y furgonetas, en esta casi anfibia frontera entre el peñasco de las rocas y el espejo de las aguas, puede apreciarse el efecto de la concentración de automóviles variopintos, si bien la presencia humana solo se constata con una solitaria persona ante las puertas traseras del vehículo en el que acaso se cobije cerca de las rocosas lindes de la playa. Por si acaso Neptuno quiere hacerse notar de manera reservada y contarle batallitas míticas o alguna sirena se asome para peguntarle por las cuitas de los días tierra adentro, ya que estacionar tan cerca del mar quizás tenga algo de benéfica reparación, animada por los ignotos misterios de las profundidades marinas. Sea como fuere, contemplar la infinitud de las aguas en el confín sin término del horizonte no necesita ficciones imaginarias, pues basta con la quietud del ánimo.
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