En tránsito
Eduardo Jordá
Te vigilamos
Acaso sea un designio biológico este del proyectarse, de suyo acaparado por factores físicos como la sombra, tan cara para mitologías y artes arcaicas, hasta que Freud le dio a la proyección una dimensión psicológica, al tratar como patológica la que sufría uno de sus pacientes, afectado por un amor homosexual en una sociedad que infamaba tales sentires y que acabó ocultando su pasión detrás del sentimiento contrario: el odio. O sea, una pulsión que solape la contraria, algo tan vulgar que hasta lo cantaba algún valsecito peruano con precisión (recuerden aquel “ódiame por piedad yo te lo pido.. y quedaré convencido que me amaste”). Se trata de un mecanismo inconsciente, que el universo freudiano vincula a una forma de autodefensa en la que un sujeto, asigna interesadamente a otros aquello que se reprocha a sí mismo, ya se trate de ciertos rasgos impulsivos, ya de conductas poco ejemplares, siempre con el ánimo inconsciente -a veces no tanto-, de rebajarlos a ras de la escasa altura moral propia, y consolarse de no ser ya el único que no está haciendo algo bien. Así que es harto frecuente que quien miente llame mentiroso porque sí al interlocutor, o que quien es infiel acuse de infidelidad a su pareja y que el corrupto no pierda ocasión de tildar al vecindario de corrupción, purgando así de alguna manera, ingenua pero efectiva, su propia flaqueza. Un primer reto que ofrece este trastorno es el de distinguir esas proyecciones canallas, tan usuales, de la culpabilización justificada. Ahí cobra sentido distinguir entre la descalificación genérica y la concreta: no es lo mismo acusar a bulto de mentir, que denunciar mentiras concretas -esta, esa y aquella- que debe ser exigencia inexcusable de credibilidad. Un segundo reto es el de cómo digerir la proliferación de tantas proyecciones malsanas en la cultura democrática al uso, donde se ha impuesto, ante el desconcierto y polarización social, la idea de que la interpretación de la realidad tiene carácter proyectivo tan personal como la sombra, y cada cual oye o ve el mundo tal y como le dé la gana. Aunque para quienes hemos crecido en la idea de que no todo vale para vivir con dignidad, porque ésta exige esfuerzo intelectivo o emocional, tal deriva de acusaciones artificiosas con que se vapulean las elites políticas de este desgraciado país, resulta patética. Y disculpen la digresión porque lo que toca hoy era enviar un abrazo enorme a Valencia.
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