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A lo que es propio y peculiar del pueblo, o procede de él, se le atribuye el carácter de popular. Si bien no pocas veces con ello se señale la parte menos favorecida del pueblo, o lo que alcanzan los posibles de la gente con más apreturas económicas y más exigua formación y cultura. Por eso, términos como «pueblo» o «gente» son tan manoseados para arrimar el ascua banderiza a la sardina ideológica. Otra cosa es que los propósitos o los argumentos, cuando no las consignas, sean estimados, o siquiera conocidos, por el público en general, pues no pocas veces se tienen por preocupaciones populares lo que no son sino diatribas confrontadoras. María Ostiz compuso una exitosa letra, Un pueblo es, para reunir dos propósitos: la advertencia ‒«Con una frase no se gana un pueblo […]. Ni con una canción que impregne el odio»‒ y la identidad ‒«Un pueblo es, un pueblo es, un pueblo es / Abrir una ventana en la mañana y respirar»–. Y cualquier representación popular, como la estampa de la imagen, ensalza las sencillas y humildes singularidades, las añosas tradiciones y faenas, las revestidas alegrías festivas que dan identidad y razón a los pueblos, a los lugares y paisajes que aparecen al abrirse las ventanas de los días.
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