Ni es cielo ni es azul
Avelino Oreiro
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Con motivo de la visita, ya por tercera vez, a la rutilante exposición del pintor de jardines Santiago Rusiñol que se celebra estos días en el Palacio de Carlos V de la Alhambra, se cae en la cuenta de la pequeñez y mezquindad que caracterizan al Museo de Bellas Artes granadino, instalado desde hace décadas ocupando unas pocas salas de la planta superior del citado edificio. Contrasta la magnificencia del gran contenedor renacentista, acaso el más puro ejemplo en la España de su época, con la insignificancia de su contenido en Bellas Artes. La colección que muestra, casi irrelevante, no hace justicia a la Escuela granadina, una de las más importantes del Barroco español y de la pintura de entresiglos, que lideró la escena artística más castiza hasta los años cincuenta con figuras de la talla de López Mezquita, Rodríguez Acosta, Morcillo y Soria Aedo. El Museo de Bellas Artes se agota de inmediato, por la pequeñez de su espacio y la vulgaridad de la mayoría de las piezas que expone. Con el Barroco, hay una excesiva presencia de autores de segunda fila con obras mediocres. Lo poco que hay de Alonso Cano sube un poco el nivel, pero visitando estas salas ningún forastero o extranjero ignorante podrá hacerse una idea de la verdadera dimensión del barroco granadino, especialmente de su escultura imaginera, que junto con la sevillana y vallisoletana son las más significativas de su tiempo en España. Los Hermanos García, la saga de los Mena, Alonso Cano, los Mora, Torcuato Ruiz del Peral, Risueño, Duque Cornejo… o no están representados o lo están con piezas irrelevantes en su mayoría… es verdaderamente penoso. En este contexto de mediocridad, el cardo de Sánchez Cotán relumbra como una piedra preciosa, una joya incandescente. El siglo XVIII no existe en el museo, y la representación del XIX es paupérrima, tanto de pintores granadinos como de otros lugares. Lo que se exhibe es poquísimo, casi nada, y de una calidad de anticuario de quinta fila, excepción hecha del cuadro de Fortuny “Ayuntamiento viejo de Granada”, adquirido no hace mucho. En cuanto a los grandes granadinos antes citados de principios del XX, nada de nada, como si no hubieran existido. Tan solo una migaja: el velatorio de López Mezquita, cuando sabemos que el museo almacena importantes obras de todos ellos. Una ciudad como Granada, con su pasado y esplendor cultural grandiosos, que alimenta un turismo ávido de cultura de calidad, no puede permitirse un museo así, empequeñecido hasta el ridículo, cutre hasta el bochorno.
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