El réquiem de Beethoven

En especial hay que escuchar con detenimiento el Agnus Dei con el que finaliza la Missa

Algunos historiadores de la música, musicólogos y no pocos melómanos coinciden en lamentar que Beethoven no compusiera jamás un Réquiem. Por la gravedad, trascendencia e intensidad expresiva de su música parecería la forma ideal para él, la composición idónea donde podría haberse mostrado en plenitud toda la potencia de su pathos , trágico y sublime. Como sustituto a ese nunca escrito réquiem está, qué duda cabe, la monumental Missa Solemnis en Re Op. 123, compuesta en su última época, entre 1819 y 1823. Beethoven la consideró su mejor obra y revela, desde luego, todo el sufrimiento y conflicto interior del compositor en la etapa postrera de su vida. La Missa Solemnis expresa, por primera vez en la historia de la música, el drama del hombre moderno frente al hecho religioso. Una humanidad doliente y maltratada -consciente de su dignidad- que pide explicaciones por la injusticia del mundo al dios todopoderoso de la tradición; tal es la naturaleza de ese conflicto, que Beethoven acierta expresar con una inusitada verdad y fiereza expresivas. En especial hay que escuchar con detenimiento el Agnus Dei con el que finaliza la Missa. "Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo, ten misericordia de nosotros". Por vez primera en una misa cristiana este pasaje no es una plegaria sino un lamento, una profunda tristeza, el grito de sufrimiento de una humanidad doliente, injustamente tratada. Su lóbrego comienzo en si menor, la perfecta incardinación entre la orquesta y el coro y la gravedad de las voces masculinas -especialmente dramática resulta la entonación primera del barítono, casi un desafío - hacen de esta composición un hito musical inolvidable. El tono de las voces es desesperado, exigente y conflictivo. En la partitura, Beethoven indicó que el pasaje "qui tollis pecata mundi" debía de cantarse "nerviosamente". En este Agnus Dei, verdadero réquiem por una humanidad torturada, las voces elevan un grito de sufrimiento y de desafío a la divinidad, exigen una justificación para tanto dolor y muerte, para tanta injusticia y tragedia. El hombre moderno no puede aceptar los designios de un dios que ha creado un mundo donde el mal y la crueldad campan a sus anchas. Y para finalizar, el Dona nobis pacem vuelve al re mayor y, como en la Novena Sinfonía, lanza un mensaje de unidad y espera la salvación a la humanidad; momento grandioso y elevadísimo. Tratándose de Beethoven, no podría ser de otra manera.

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