Por montera
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Una vez que sale el primer toro por la puerta de chiqueros, el aficionado observa el ruedo como Stendhal, a sus personajes. Pronto, tratará el matador de fijarlo con el capote y conducir la embestida con la armonía de un violín o la guitarra de Paco de Lucía. El toreo es sentimiento y música bethoveana. El diestro y la cuadrilla cuidarán los pormenores de la lidia, de manera que el tercio de varas sea emoción y belleza. La pelea con el caballo constituirá un examen de la bravura. Un buen picador emulará a Juan Mari García y a Juan Bernal. Los quites formarán parte de la suerte de capa, y la variedad será esencial para entender el hipertexto de la tauromaquia. El aficionado tomará buena nota de todo lo que acontece en el albero y juzgará con objetividad la condición del animal, así como la actuación del espada y del varilarguero. El pañuelo del presidente, blanco como el níveo color de las hermosas cumbres, indicará el cambio de tercio. Los banderilleros se preparan, entoces, con el fin de colocar los palos como Manuel Rodríguez, Tito de San Bernardo. La corrida es, así, fluir del tiempo aristotélico y definición metafísica de una metáfora; cuyo misterio desvelaron Bergamín y Cossío.
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