En menos que canta un gallo

Los ricos matices de una corrida de toros (IV)

En los dos primeros tercios, el torero ha podido observar el comportamiento del toro: las condiciones, si es fiel al encaste, cómo embiste. En el tercio de muleta y muerte, cualquier secreto, que guarde el astado, se desvelará. Si es bravo y noble, el diestro se lo llevará a los medios y, en esos terrenos, comenzará la música callada del toreo: olvidando el cuerpo, para que quede solo el alma. Surgirán, como pétalos, los naturales, las series, la inspiración, el temple, la armonía, el sentimiento, la melodía: Joselito y Belmonte, Manolete y José Tomás, Ordóñez y Camino, Morante y Urdiales. Se harán eternos la bulería y el primor, la manoletina y la trincherilla, el molinete y el ayudado, el afarolado y el desplante. Y una serie más, al natural, con verdad, con pureza, será lienzo velazqueño. Porque, si no es como lo definió Bergamín, el toreo es otro concepto, otra filosofía... El toreo es dar quince o veinte muletazos, con el alma... Como si la muleta fuese el pincel de Roberto Domingo.

El temple, la literatura, la música, la pintura... Las artes. Todo, reunido, en armonía, ilumina la única definición posible del toreo. Bergamín y Paula, en la antología del recuerdo.

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