Metafóricamente hablando

Un rincón idílico, a la espera de un rescate

Aunque él solo era un gato de la estirpe real de La Molineta, también se echó sobre la hierba a la espera del rescate

Se tumbó sobre la hierba fresca, las gotas de rocío habían cubierto sus hojas durante la noche, y notaba el inconfundible aroma de la tierra mojada. Había nacido allí, y antes que él, su madre, y la madre de su madre, en una sucesión interminable hasta donde le llegaba la memoria. A pesar de ser solo un gato, sentía el abandono del lugar como como una espada en el pecho: la basura acumulada en algunos rincones, los caminos de tierra desdibujados y los balates destruidos por el paso del tiempo, le herían en su alma gatuna. Aquel paraje diseñado por manos humanas a lo largo de cientos de años, fue un fértil vergel entre montañas de caliza, de donde salieron las piedras con las que se construyó la fortaleza que se alzaba frente al mar, como un gigante protector de la población. Podía imaginar el rumor del agua corriendo por las acequias, como la pulsión de la sangre por sus venas. Dentro de su perímetro se alzaba una gran casona de envidiable belleza, con sus puertas y ventanas tapiadas para evitar el pillaje, y junto a ella se percibían aún los restos de lo que fueron unos frondosos jardines, con sus fuentes y albercas, donde aún se conservaban las huellas de lo que fue. Junto a una tapia derruida se alzaba enhiesta una buganvilla que había explosionado, ofreciendo a sus ojos miles de flores rojas, enredadas a un jazminero amarillo, que contra todo pronóstico también había subsistido al abandono. Se estiró, enarcando el lomo, y tumbándose de nuevo se dispuso a iniciar el rito ancestral del aseo, pasándose la lengua por su pelo, hasta dejarlo suave y limpio. Pensó que en un entorno como este, Ibn Luyun escribió el último tratado de agricultura de la Almería musulmana, seguramente sentado junto a una de esas acequias que se extendían como venas abiertas a lo largo de la finca, jalonada de pequeñas albercas y grandes balsas, que distribuían el agua, con la sabiduría de los siglos de experiencia acumulados por unas personas acostumbradas a sobrevivir en las más extremas condiciones hídricas. Desde la cima de la enorme cantera que rodea este idílico rincón lleno de encanto, otrora se divisaba la bahía, así como una ciudad de casas blancas que se extendían entre huertas y casas solariegas, hasta llegar a las faldas de los montes que la circundaban, presididos por su Alcazaba, que como fiel centinela seguía guardándola por los siglos de los siglos. Hoy rodeada de edificios, y amenazada de muerte por la indiferencia, yacía exhausta entre sus propios restos, como un peregrino que se abandona al desánimo, a la espera de que un alma caritativa le ofrezca un soplo de vida. Aunque él solo era un gato de la estirpe real de La Molineta, también se echó sobre la hierba a la espera del rescate.

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