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Aunque la inactividad vacacional -y la insuficiencia de apoyos- no hace viable la promulgación de leyes, bien estará recordar que cumplidas deben ser estas, y muy cuidadas y catadas para que resulten derechas y provechosas comunalmente a todos. Y han de ser llanas y paladinas, a fin de que todos las puedan entender y aprovecharse de ellas a su derecho. Y también hacerse sin escatima, para que no puedan venir sobre ellas disputas o contiendas. Por más que el lenguaje y los términos puedan resultar algo añosos, tales criterios son oportunos en este tiempo nuestro, si bien se formularon en la primera de las Partidas de Alfonso X El Sabio, ya mediado el siglo XIII.
Es más, principios como el referido a que el desconocimiento de la ley no exime de su incumplimiento tienen asimismo antiguo antecedente alfonsino, pues “ninguno no se puede excusar por decir que no sabe las leyes”. Sin embargo, hogaño, cuando las leyes no son inteligibles y el fárrago aturde las entendederas, debida será alguna excepción. Cierto que, del saber, “vienen todos los bienes y los pros que pueden ser”. Y, del no saber, “todos los males y todos los daños, y por eso lo llaman necedad”. De manera que, pues las leyes debían ser a honra de todos los de su reino y señorío, entendía el sabio rey que “ninguno no puede ni debe excusarse por decir que no las sabe”, aunque haya de aprenderlas de aquellos que las supieren y así no recibir “la pena que las leyes mandan”.
Ahora bien, el hacedor de leyes ha de amar la justicia y la verdad, ser sin codicia para que haya cada uno lo suyo, entendido por saber departir el derecho del tuerto. Asimismo, apercibido de razón para responder ciertamente a los que demandaren, fuerte ante los crueles y soberbios, piadoso para haber merced con los culpados y los mezquinos, si así conviniera. Tampoco ha de faltarle humildad y no ser soberbio ni crudo al pueblo por su poder. Y ser bien razonado para mostrar cómo se deben entender y guardar las leyes. Mas también sufrido en oír bien lo que de él se diga, y mesurado para no arrebatarse en dichos o en hechos.
En suma, el código de conducta de un legislador para el buen gobierno de las gentes, de suerte que quepa a cada uno vivir como conviene, “y los que así viven no han por que se desamar, mas antes han por que se querer bien”.
Sabias leyes, en fin.
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