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El almirez es un instrumento, mazo mediante, para machacar. Si cupiera alguna duda, este realismo, tan marmóreo como escultórico, ensalza tal labor con una mayúscula muestra. El majado, entonces, es una faena culinaria, de la que sacar provecho en los platos, pero el almirez, el mortero, se presta asimismo a la metáfora porque no solo es necesario y útil, en materia gastronómica, golpear ingredientes para deformarlos, aplastarlos o reducirlos a fragmentos pequeños, sino que materias y cuestiones hay, platos aparte, para las que no resultaría mala solución un buen majado. El mazo, la maja, la mano de almirez, es cooperadora del todo necesaria porque de poco serviría la compacta hechura del mortero si el mazo no hiciera su cometido de golpes bien administrados para que el majado resulte provechoso, sea para regocijo del estómago, de las disposiciones del ánimo, o del curso de las cosas. Basta pensar en aristas, desavenencias, desacuerdos, incluso beligerancias mayores, para imaginar un prodigioso almirez, como el ensalzado, por obra de mármol, en esta rotonda de la cocina urbana, que desbravara los litigios. Hasta desmenuzarlos para que se confundieran en el sabor del majado
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