Un engaño histórico
Serrat, PREMIO pINCESA DE aSTURIAS
De puerta a puerta
Qué fácil lo hace. Cuando sonríe, más ahora en la frontera de los 81 años, es un chaval tímido que no está seguro de lo que va a decir, y recurre a ese gesto que parece petición previa de disculpas por la decepción del oyente -que nunca se producirá.
Pero, es una trampa, el regate de un brujo fascinante.
Habla, y sus palabras en castellano abrochan como un abrazo afectuoso; sus palabras en catalán, también.
Ese catalán de Serrat nos invita, nos acomoda en nuestro nuevo hogar si llegamos a Barcelona desde cualquier parte de España, nos dice que hay otro idioma nuestro esperándonos en esa tierra que nos acoge, nuestra también; otra tierra que quiere clavarse en nuestras entrañas para que sea más llevadero el dolor del desarraigo, la añoranza de la patria chica donde nacimos -corazones de golondrina.
Es la grandeza de Cataluña lo que, como un temblor telúrico, intuimos en quienes nos hablan en catalán, sin imposición, a la espera de que, poco a poco, vayamos entrando hasta el fondo de su casa.
¿Puede ser su idioma la casa de un pueblo?
Qué fácil lo hace.
Cuando aparece, está ahí la majestad de la inteligencia, la ironía y la humildad. Es un rey cabalgando por nuestra memoria en la grupa de su guitarra.
- “¿Te despiertas todavía con ganas de seguir componiendo y actuando?” -le preguntó Vicente Vallés.
- “No; lo que pienso al despertar es: Ya estoy aquí otra vez; un día más; ¡qué bien!”
Qué fácil lo hace todo.
Serrat tiene el don de la seducción “transversal” -como suelen decir los políticos que no saben qué decir.
La actuación de ayer en Oviedo, sencilla, majestuosa. Él fue rey también. Otro tipo de rey.
Qué lúcido, qué emotivo, qué vaso de vino tinto, que cacho de pan candeal.
Qué fácil…
¡Serrat!
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