
Antonio Lao
Las traviesas ponen fecha a la llegada del AVE
No se sabe qué es peor, si que el presidente norteamericano quiera hacerse el gracioso, o que tenga algo alterada la sesera y desvaríe en sus resoluciones. Aparece, de manera oficial, disfrazado de papa, con el dedo en alto, y manifiesta, sin remilgos, que le gustaría ser pontífice. Poco después, coincidiendo con el Día de Star Wars, la Inteligencia Artificial lo disfraza, con una musculación exacerbada, de Jedi, o de personaje de esas películas Star Wars, llevando un sable láser rojo, que es más propio de los villanos, y con las águilas, que son símbolo de los Estados Unidos, y banderas de ese país al fondo. De manera que maldita la gracia que hace el presidente transformista, aunque quieran despacharse las bromas de mal gusto como fruslerías de poca monta. “Hay gente pa to”, sentenció el torero Rafael el Gallo al saber de qué se ocupaba el filósofo Ortega y Gasset, cuando mantuvo un encuentro con él. Y habrá politólogos -“ezo qué e”, preguntaría el Gallo-, entonces, que defiendan esa forma de gobernanza tan distante de las convenciones propias de los asuntos de Estado. Por si fuera poco, uno de los empresarios y magnates que apoyaron, coyunturalmente, al presidente norteamericano en su campaña presidencial, Elon Musk, sin ser tan propenso al transformismo, aunque sí a las polémicas delirantes, no se ha contenido al profetizar el apocalíptico final de la Tierra cuando el Sol se agote, por lo que la humanidad deberá abandonar el planeta y, como destino, afincarse en Marte, donde el multimillonario empresario quiere construir una ciudad que sea autosuficiente. El transformismo, así, se une a la distopía como atributos de los prebostes de una gran potencia mundial que pueden alterar el relativo orden y concierto internacional -cierto que no existe, pero por eso no es nada conveniente descomponerlo más-, y la geopolítica -esa forma de establecer afinidades territoriales a partir de identidades culturales o, también, de intereses comerciales-. Argumentarán asimismo esos politólogos con ínfulas, sobre todo en su ejercicio de tertulianos, la legitimidad democrática de los gobernantes que pasan por las urnas y obtienen el apoyo mayoritario. Nada que objetar, claro está, sobre todo por la posibilidad de cambiar electoralmente la confianza, voto mediante. Mas sí interesa reparar en las causas que llevan a ser regidos por prebostes desquiciados, no vaya a ser que las infaustas distopías del futuro dejen de ser una ficción lejana en el tiempo.
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