Libre Mente

Fernando Collado

La vida postergada

27 de mayo 2025 - 03:08

Contaba John Lennon, o eso dicen —porque con este tipo de sentencias la fuente no queda nunca esclarecida del todo—, que “la vida es aquello que pasa mientras miramos el móvil”. Bueno, él decía “mientras hacemos planes”, pero la actualización parece más ajustada a la realidad de hoy.

La frase está bastante manida porque la vemos por todos sitios, pero no por pelma deja de ser una verdad como un templo. Pareciera que llevamos para adelante dos vidas: una, la que se vive, y otra, la que se aplaza. La primera está hecha de mañanas simples, y almuerzos con prisas. La segunda es más ceremoniosa, rica y plena. Pero esa siempre viene después. Cuando los niños crezcan, cuando llegue el verano o cuando termine de pagar el préstamo.

Postergamos creyendo aplicar la sensatez y el equilibrio en nuestras vidas, pero lo que se esconde debajo es, sobre todo, un mecanismo de control. De este modo, procuramos evitar el riesgo, lo imprevisto, incluso la dicha, bajo la excusa de que “ya vendrá el momento”. Y claro, el momento rara vez llega. Y cuando lo hace, pues es probable que nos pille ya sin ganas, sin salud o sin energía.

En la lógica de la postergación también subyace cierto trasfondo cultural. Estamos educados para prepararnos eternamente y sentirnos en la antesala constante de lo siguiente. La escuela como preludio de la universidad, la universidad previo al trabajo y el trabajo antes de la jubilación. El caso es que siempre tenemos la mirada más puesta en el horizonte venidero que en el momento actual.

El problema no es tener planes de futuro, por supuesto, sino vivir siempre pendientes de ellos. Ninguneamos el presente ensalzando proyectos que, en realidad, no dejamos de aplazar. No se trata de caer en un “carpe diem” ingenuo ni de ignorar las responsabilidades, por supuesto. La propuesta es dejar de aplazar lo esencial. Esa cerveza pendiente con el viejo amigo, ese paseo sin reloj o ese libro que tanto te ilusionó cuando lo encontraste en esa librería. Todo se programa para “cuando haya tiempo”, pero ese momento nunca llega. Luego hay decisiones más serias y de mayor repercusión vital que no se toman nunca porque da miedo mover el tablero. Cambiar de trabajo o terminar una relación, por ejemplo. Ahí elegimos no elegir. En cualquier caso, no se trata de vivir cada día como si fuera el último, pero tampoco de estar ensayando eternamente una función que nunca se estrena.

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